jueves, 31 de diciembre de 2009

Domingo II después de Navidad - Jn 1,1-18



Hace pocos días leíamos – escuchábamos los textos evangélicos del nacimiento de Jesús. Hoy la liturgia nos propone el prólogo del evangelio de Juan, donde Jesucristo aparece, junto al Padre, al principio de la Creación del mundo.

El evangelista nos presenta a Jesucristo como la Palabra que está junto a Dios creándolo todo, más aún, como Dios mismo: «la Palabra era Dios»

La Palabra de Dios, Jesucristo, ha querido hacerse presente en medio de la humanidad; se ha comprometido personalmente en la causa de los hombres y de las mujeres; se ha hecho uno de nosotros, para compartir nuestras alegrías y nuestros dramas… Pero, no la hemos acogido, no la hemos recibido en «nuestra» casa, que era la «suya» Es la paradoja de la encarnación, de la vida, de la predicación, de la pasión y de la muerte de Jesús. No han sido «los otros» los que han actuado así, sino «los suyos no la recibieron» El evangelista también se está refiriendo a nosotros y a nosotras.

Existe el peligro de que Jesús, de que la Palabra de Dios «resbale» en nuestras vidas, tanto personal como comunitariamente. Tantas veces hemos oído su Palabra que quizás no nos diga nada. La Palabra de Dios es capaz de transformarnos si la recibimos como tal. Si la acogemos nos «da poder para ser hijos de Dios»; nos posibilita ser hombres y mujeres nuevos capaces de transformar nuestras vidas, nuestras comunidades, la Iglesia, el mundo…

sábado, 26 de diciembre de 2009

Domingo de "La Sagrada Familia: Jesús, María y José" - Lc 2,41-52

Curiosamente la liturgia nos propone leer / escuchar, en la fiesta de la Sagrada Familia, el texto del evangelio de Lucas donde Jesús niño se pierde de sus padres. En la vida familiar, de todas las familias, «no tot son flors i violes» (se dice en catalán), todo no es de «color de rosa». Por esto, creo que este pasaje es significativo también hoy para muchas situaciones familiares actuales.

La escena se desarrolla principalmente alrededor del Templo de Jerusalén. Jesús allí después, seguramente, de la ceremonia de la mayoría de edad religiosa entre los judíos, el «Bar Mitzvah», desaparece de la vista de sus padres. La situación, sin lugar a dudas, es angustiosa para María y José. El narrador precisa que lo encontraron a los tres días; ¡que desesperación!, ¡que dolor durante este tiempo! A sus padres les debió parecer una eternidad. Y cuando lo encuentran, la respuesta enigmática de Jesús, que ellos no entienden («no comprendieron»), pero respetan. ¡Cuánto hemos de aprender en nuestras relaciones de familia los que somos padres! Las decisiones de nuestros hijos, a una cierta edad, no siempre las comprendemos. Tenemos la obligación de mostrarles el camino, de preguntarles, de aconsejarles, pero, al final, la decisión es suya.

Los hijos, por su parte, por nuestra parte (porque todos también somos hijos), respetando, honrando, escuchando a nuestros progenitores, como también comenta el evangelista que hizo Jesús con María y José. Y todo esto incluso cuando nuestros padres comienzan a perder, o ya han perdido, alguna de sus facultades físicas o mentales (primera lectura).

martes, 22 de diciembre de 2009

Viernes 25 de diciembre, la "Natividad del Señor" - Jn 1,1-18


El evangelio que nos propone la liturgia para la eucaristía del día de la Natividad es el prólogo del evangelio de Juan. Aunque este evangelista, a diferencia de Mateo y de Lucas, no narra propiamente el nacimiento de Jesús. Su relato lo inicia mucho más atrás, lo retrotrae al principio de la creación, al origen de todo lo creado. En ese instante original la Palabra está junto a Dios, más aún, «la Palabra es Dios». Y esa Palabra es Jesús. La Palabra de Dios –como subrayaba el sínodo de los obispos sobre la Palabra– tiene un rostro, y ese rostro es Jesucristo.

La Palabra ha venido al mundo, se ha hecho presente entre nosotros, es de los nuestros. Esto es lo que celebramos cada Navidad, lo que rememoramos en cada eucaristía, lo que constatamos cuando leemos, meditamos y oramos la Biblia. Aunque el peligro siempre está presente: «el mundo no la conoció». El mundo no son los otros; también es posible esta afirmación entre los que nos llamamos sus discípulos: «los suyos no la recibieron».

No estamos ante una Navidad más. Tenemos la oportunidad única de cambiar nuestras vidas, de hacerlas más acordes con el mensaje de Jesús, con los valores del Reino. Cuantas cosas cambiarían a nuestro alrededor si nos tomásemos en serio la propuesta de Jesús. La Palabra de Dios «acampó entre nosotros»; que no pase desapercibida como aquel vecino o compañero que ni siquiera conozco por su nombre y/o no sé nada de él. ¿Qué sé de Jesús? ¿Cómo vivo su mensaje y los valores del Reino? ¿Su Palabra es mi alimento diario?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Domingo IV de Adviento - Lc 1,39-45


El personaje principal del evangelio de este domingo es María, la madre de Jesús. La escena transcurre entre dos mujeres, María e Isabel. Aunque no son los dos únicos personajes de la trama. Aparte de Zacarías, mencionado secundariamente como titular de la casa de Isabel, están los dos niños que llevan ambas en sus vientres y el Espíritu Santo. Es importante reconocer el papel de cada uno de estos personajes en la narración.
En la presentación de María llama la atención la cantidad de verbos, de acciones que el narrador utiliza para describir su papel en la escena: se puso en camino; fue aprisa; entró; saludó… Describen a una persona puesta al servicio de los demás; que no se arredra ante las dificultades; decidida; una persona para los otros. Quizás, por esta razón, el evangelista no duda en otorgarla la primera bienaventuranza de su evangelio: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» Su fe inquebrantable, su fiarse de Dios, se traduce en servicio, desde la «escucha» atenta de las necesidades ajenas. Por eso Dios la ha elegido como madre de su Hijo.
Isabel, su parienta, también es testigo de la acción de Dios. Es receptora de la ayuda de María. Pero, sobre todo, sabe «leer» en los acontecimientos cotidianos la acción poderosa y amorosa de Dios. Su hijo, que después será conocido como Juan el Bautista, «saltó de alegría» en su vientre. El Dios de Jesús es el Dios de la alegría, del gozo. Será el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, quien hará posible toda la grandeza de esta escena. Es un hacer silencioso, pero eficaz, sobre todo para las personas abiertas a Él.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Pesebre y Evangelios



El «pesebre» o «belén» es una tradición popular muy enraizada en Cataluña, aunque no sólo aquí; descubrimos la costumbre del belén navideño por todo el mundo. Podemos encontrar pesebres en muchos países europeos, África, Latinoamérica, Estados Unidos, etc.
Su origen histórico se remonta al siglo XIII. En la Navidad de 1223, Francisco de Asís, en una ermita de Greccio, un pequeño pueblo situado entre Roma y Asís, organizó el primer belén viviente de la historia; incluso consiguió que se celebrase la Eucaristía en el lugar, ante la primera representación viva del Nacimiento de Jesús. La tradición se conservó desde aquel momento y el paso a belenes con figuras fijas no tardó en llegar. La costumbre de pesebres vivientes goza también de una larga historia en nuestras tierras: «El Pessebre Vivent» de Corbera de Llobregat; el «Pessebre» de Bàscara; el de les Torres de Fals; el «Belén de los oficios olvidados» en Sant Guim de la Plana; etc.
Aunque, lógicamente, su inspiración y fundamento son bíblicos, concretamente de los Evangelios. Está cimentada en los datos que nos proporcionan prioritariamente los evangelios canónicos, concretamente los de Mateo y Lucas. Ambos conservan los llamados «relatos de la infancia», aunque con acentos distintos.
En el evangelio de Mateo descubrimos la escena de María con el niño; la de los magos o sabios de Oriente guiados por una estrella hasta Belén, el lugar donde ha nacido Jesús, para adorarlo; la figura de Herodes, la matanza de los inocentes y la huida a Egipto (cf. Mt 2,1-23).
Por su parte Lucas sitúa también la escena del nacimiento en Belén, en un establo, donde María, junto con José, ponen al niño en un pesebre (un comedero de animales), «porque no encontraron lugar donde hospedarse»; el anuncio del acontecimiento, por parte de un ángel, a unos pastores que dormían al raso, indicándoles que es una «buena noticia», una gran alegría para todo el pueblo (cf. Lc 2,1-20).
Lo fundamental de nuestros pesebres –igual que en el de Francisco de Asís– está tomado prestado de estos dos relatos. Aunque la tradición popular ha añadido otros elementos, algunos de ellos proporcionados por algunos evangelios apócrifos piadosos, como la tradición del buey y el asno (o la mula). Como seguramente no son tan conocidos como los evangelios canónicos, los citaré literalmente (indudablemente no debemos dejar de leer y meditar las narraciones de Mateo y Lucas):
El tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta, y entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y el asno lo adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El buey ha conocido a su dueño y el asno el pesebre de su señor.
Y estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, lo adoraban sin cesar. Entonces se cumplió lo que se dijo por boca del profeta Habacuc: Te manifestarás entre dos animales. Y José y María permanecieron en este sitio con el niño durante tres días.
(EvPsMt XIV,1-2)
Y había en la cueva un buey, un caballo, un asno y una oveja, y junto al pesebre yacía una gata con sus crías; y también había palomas sobre ellos, y cada animal tenía su compañero, un macho o una hembra.
Aconteció, pues, que El nació en medio de los animales, porque vino para liberarlos también a ellos de sus sufrimientos. El vino a liberar a los hombres de su ignorancia y egoísmo, y a manifestarles que son hijos e hijas de Dios.
(EvXII 4,4-5)
El primer texto del
Evangelio del PseudoMateo justifica la presencia del buey y el asno a partir de dos citas proféticas: Is 1,3 y Hab (LXX) 3,2; y la presencia de animales se multiplica en la cita del Evangelio de los Doce.
La tradición del pesebre hunde sus raíces más profundas en los datos bíblicos, adornado con alguna otras tradiciones menores de la piedad popular. El pesebre nos habla del verdadero sentido de la Navidad, es una catequesis iconográfica, forma parte de nuestra cultura... Os invito a mantener la buena costumbre de poner el belén en nuestras casas, en nuestros centros sociales, en...
El pesebre nos recuerda que Jesús es «Dios con nosotros»; es presencia amorosa en medio de nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro mundo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Domingo III de Adviento - Lc 3,10-18


La pregunta que la gente hace a Juan Bautista, en el evangelio de hoy, es la pregunta existencial, es el interrogante de entonces y de ahora, formulado de diferentes maneras: «¿Entonces, qué hacemos?»

Las respuestas del Bautista no se parecen a las «recetas» de los «gurús» actuales, excesivamente centradas en el individuo. Son indicaciones aparentemente sencillas, pero que en el fondo responden a un estilo de vida, suponen un cambio de criterios.

Hay una interpelación que va dirigida a todos, sin excepción, es la de compartir: reparte con el otro, comparte, tú que tienes, «con el que no tiene». No puedes vivir tranquilo si tú posees, pero hay tantos seres humanos a tu alrededor sin ropa, sin que llevarse a la boca, sin posibilidad de vivir con dignidad…

La llamada a cambiar de vida, a prepararse a recibir a Jesús, no conoce fronteras de ningún tipo; está dirigida a todos sin excepción; es incluyente. En la escena evangélica están representados los recaudadores de impuestos, los militares, la gente en general, el pueblo. La «Buena Noticia» de salvación que traerá el Mesías es para todos.

Pero, en nuestra vida de cristianos y cristianas acomodados nos seguimos preguntado: «¿Entonces, qué hacemos?», mientras esperamos la venida de Jesús.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Martes 8 de diciembre, fiesta de "La Inmaculada Concepción" - Lc 1,26-38


La liturgia nos propone en esta fiesta de «la Inmaculada Concepción de María» el evangelio de la anunciación. Todos los «títulos» marianos tienen su fundamento en que María es la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios. Por esto, la narración, por cierto, bellísima, del anuncio del ángel a María de su maternidad es idónea para cualquier festividad vinculada a María, la madre de Jesús.

María participa de las esperanzas del pueblo de Israel, de la gente sencilla, que aguarda la venida del Mesías. Lo que no sabía hasta entonces es que ella iba a ser protagonista necesaria de esta acción de Dios con su pueblo y con toda la Humanidad.

El enviado divino la saluda con un saludo habitual de la época: «alégrate». Pero en estas circunstancias este saludo está también cargado de contenido. María participa del gozo de los sencillos, que saben esperar e intuir la salvación de Dios.

Ella es capaz de entender y responder al llamamiento al gozo mesiánico, en cuya realización jugará un papel principal. Es la esperanza de la que se hacen eco los profetas del Antiguo Testamento y que está presente en los sencillos del pueblo de Israel, y en los humildes de todo el mundo y de todos los tiempos. Es la espera de Adviento: ¡Ven Señor!

jueves, 3 de diciembre de 2009

Domingo II de Adviento - Lc 3,1-6


El evangelista Lucas nos encuadra cronológica e históricamente la escena. Lo hace desde la perspectiva universal y política (el Imperio romano y los diversos gobiernos locales), y desde la religiosa (el Sumo sacerdote del Templo de Jerusalén). El proyecto de Dios, la historia de la salvación, se realiza en el tiempo y en la historia humanos, transformándolos.

La figura de Juan Bautista es esencial en este tiempo de Adviento, de espera. Él invita a «preparar el camino del Señor». Aunque corre el peligro de convertirse en una voz ahogada, ignorada, sólo «una voz que grita en el desierto»

Haciéndose eco del clamor profético de Isaías proclama la exigencia de cambio radical para poder recibir al Señor: unas veces significará allanar, aplanar, enderezar, igualar (en cuantas ocasiones en nuestra vida hay asperezas, malas formas, peor carácter, somos con frecuencia retorcidos...); otras comportará descender, abajarse (falta sencillez, cuanta prepotencia, nos sentimos superiores a los otros...); pero también procederá en alguna ocasión elevarse (dejarse de complejos, somos hijas e hijos de Dios, tenemos una dignidad indiscutible...).

La liturgia de este tiempo de Adviento invita a cambiar de vida, pero no de una manera superficial, sino profunda.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Domingo I de Adviento - Lc 21,25-28.34-36

El texto «apocalíptico» del evangelio de hoy no intenta asustar a los que lo leen o escuchan. No es como esas películas, con títulos apocalípticos, que buscan mantener en una tensión de miedo continuo al espectador. Nada de eso. El evangelista afirma rotundamente: «levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»

La venida de Jesús, el Cristo, el Hijo del hombre, es un signo de esperanza, una llamada a la resistencia en un mundo injusto y opresor. Así leían estos textos las primeras comunidades cristianas, muchas veces perseguidas y oprimidas por los poderosos de turno. De forma similar los siguen haciendo suyos muchas comunidades actuales, especialmente del llamado Tercer mundo (también del Cuarto, dentro de nuestras «sociedades del bienestar»), desde su experiencia de «asfixia» de los derechos humanos, de anhelo de vivir libremente los valores del Reino, de hallarse en una situación de injusticia generalizada…

Quienes han de temer son los que provocan estas situaciones y los que las consienten desde sus silencios culpables… El mensaje de Jesús indica que esa situación no es definitiva, ni tampoco se ha de esperar a la otra vida para que cambie. Dios está del lado de los que la sufren; hay que resistir, es posible la esperanza. La comunidad eclesial, cada seguidor y cada seguidora de Jesús se han de implicar en ello, para que la afirmación de Jesús, «se acerca vuestra liberación», no sea una quimera.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La Biblia, ¿un libro o una biblioteca?

La primera ocasión que se utilizó el nombre de Biblia para referirse a los textos sagrados judíos fue en Alejandría (Egipto). Fue allí donde se hizo la primera traducción de los textos hebreos al griego, entre los siglos III y II a.C., conocida como «Biblia de los LXX» o «Septuaginta» La expresión griega utilizada para darle nombre fue biblos, cuyo significado es: corteza de papiro; escrito; libro; documento; etc. De forma que esta palabra hacía referencia tanto al material en el que se escribía (papiro) como al documento en sí. La Carta de Aristeas, escrito judío (en lengua griega) del s. II a.C., es el primer documento que habla de biblos para referirse a la traducción griega de los LXX.

Ya en los primeros siglos cristianos, entre los Padres de la Iglesia (la Patrística), se hizo común utilizar el plural «los libros» (ta biblia) para hablar de la Biblia cristiana. De manera que el nombre que ha llegado a nosotros, Biblia, etimológicamente tiene el sentido de libros, colección de libros o biblioteca. Así que en esta primera aproximación, podemos afirmar que la Biblia es más una biblioteca que un libro; aunque actualmente estemos acostumbrados a verla, con frecuencia, encuadernada en un solo volumen.

La Biblia contiene un conjunto de documentos, escritos a lo largo de aproximadamente diez siglos y, por consiguiente, una literatura diversa. Pero la diversidad no sólo es consecuencia de la distancia cronológica entre los diversos libros, sino también por los distintos géneros literarios que reconocemos en ellos. En la Biblia encontramos historia, literatura sapiencial, épica, poesía, cánticos, novela, textos legislativos, profecía, plegaria, género epistolar, evangelios, apocalíptica, etc. Todo un elenco de géneros literarios; toda una biblioteca con obras literarias bien variadas. Este vasto legado literario y cultural ha dejado su huella indeleble en nuestra civilización occidental y europea. Es una realidad incuestionable.

La Biblia nos permite aproximarnos a una cultura, a un pueblo, a una religiosidad que tanta importancia ha tenido y tiene tanto en Oriente como en Occidente. Es una colección de textos considerados sagrados para un número importantísimo de personas, aún hoy en nuestros días. Aún actualmente su lectura, para muchos, resulta apasionante.

Pero, aún reconociendo que la Biblia es toda una biblioteca, tanto judíos como cristianos la consideramos, la vemos como una obra con un denominador común: en ella descubrimos el plan de Dios para la humanidad, su Palabra, su oferta de diálogo amoroso. Por esta razón hablamos de Biblia, en singular. Los diversos libros de la Biblia, todos ellos, forman parte del canon, es decir, son normativos para la comunidad de creyentes. En ella descubrimos la propuesta de salvación, de felicidad, de sentido para la vida. Y, por eso, hablamos de ella en singular, por su singularidad y porque reconocemos en ella la propuesta de Dios a la Humanidad.

Esta doble perspectiva no es contradictoria; por el contrario, los dos enfoques son complementarios. Desde una perspectiva literaria y cultural, la Biblia es una valiosa biblioteca, donde podemos disfrutar de toda una riqueza de géneros literarios. Y, al mismo tiempo, descubrimos la revelación de un Dios que dialoga con la humanidad y se hace presente en medio de ella.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Domingo «Jesucristo, Rey del universo» - Jn 18,33b-37

El evangelio que la liturgia propone para hoy, fiesta de «Jesucristo, Rey del universo», forma parte del interrogatorio de Pilato a Jesús. La escena no es precisamente de «realeza», al menos según los parámetros habituales. Sobre Jesús pende una condena a muerte, que Pilato ha de ratificar para hacerse efectiva.

La «realeza» de Jesús está relacionada con la verdad, con su anuncio, con la predicación de la Buena Noticia del Reino. «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.» La respuesta de Jesús resulta incomprensible para Pilato y para los que le acusan. No son capaces de «sintonizar» con lo que expresa Jesús a través de sus palabras y de sus gestos. Jesús es testigo de la verdad, de la verdad de Dios, del Padre.

El reino de Dios no tiene nada que ver con demostraciones de poder y de fuerza. Su Reino es de amor y de paz. En este reino el Rey tiene más de Padre, de papá (Abbá), que de monarca absolutista. En este reino es reconocida la dignidad (la realeza) de todos los «súbditos». Su Rey ha venido a servir, no a ser servido.

Cuando entendamos plenamente esta realidad en nuestras comunidades todo cambiará. Cuando todos los que tienen una responsabilidad eclesial, sea la que sea (catequista, animador litúrgico, presbítero, obispo, etc.), asuman la actitud de servicio de Jesús, no como meras palabras bonitas, la Iglesia y el mundo cambiará.

lunes, 16 de noviembre de 2009

El ser humano en la Creación


Los dos textos bíblicos principales que mencionan al hombre y a la mujer en relación a la Creación de Dios son Gn 1,2-4a y Gn 2,4b-25, los dos relatos del primer libro de la Biblia hebrea y cristiana.

La Creación es contemplada como el inicio de un diálogo amoroso entre Dios y el ser humano. En ambas narraciones la persona humana es mostrada como el centro del acto creador. El hombre y la mujer son presentados como seres capaces de escuchar y responder a Dios.

La imagen que nos proporcionará la Biblia sobre la creación es la de un Dios que ha hecho todas las cosas con bondad. De manera que todo lo que haga referencia a la creación, al origen, participará de esa bondad original: «Y vio Dios que era bueno». Esta expresión se repetirá letánicamente después de cada acto creacional. El mal, la violencia, la muerte no están en el inicio de la obra creadora; serán la consecuencia de apartarse de ese plan original de Dios.

En el centro de la creación está el ser humano. En ambos relatos el hombre y la mujer son los principales destinatarios de toda la obra de la creación. En las cosmogonías mesopotámicas, contemporáneas de los relatos bíblicos, el ser humano es presentado como emanación de un dios o parte de la deidad, pero aún así esclavo de los dioses. En cambio, en las narraciones del Génesis la persona humana es mostrada como la más sublime criatura, imagen del propio Dios (no emanación o parte de un dios), en el sentido de que puede participar de una relación dialogal con Él, y es invitada a ser «rey» de la creación, responsable de ella.

El hombre y la mujer son vistos como complementarios, iguales en dignidad teológica (ambos son imagen de Dios: primer texto [Gn 1,27]) y antropológica (de la misma carne y de los mismos huesos: segunda narración [Gn 2,23]); creados para ser fecundos, para multiplicarse (Gn 1,28) y como ayuda mutua, como apertura del uno al otro (Gn 2,18.24). Es una visión muy optimista de las relaciones entre el hombre y la mujer. Pertenece a la bondad de la Creación. El ser humano, la relación entre los sexos se convierte en una manifestación de la imagen de Dios. La igual dignidad y la doble misión, la procreación, pero también la ayuda mutua, el tenerse el uno al otro, nos proporcionan una visión «revolucionaria» para el momento y, al mismo tiempo, muy actual.

El Dios de la Creación que nos muestra la Biblia hebrea es un Dios próximo, es Alguien en diálogo con la persona humana. Quiere el bien del ser humano: es su mayor empeño. Se hace presente, desde el principio, desde el inicio de los tiempos, desde la Creación, en la historia de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, es sumamente respetuoso con la libertad humana. Su plan amoroso es la mejor opción, la más respetuosa con la dignidad humana; aunque siempre es una propuesta, nunca una imposición.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Domingo XXXIII tiempo ordinario - Mc 13,24-32

Hoy leemos / escuchamos un fragmento del llamado «sermón escatológico», del evangelio de Marcos. Y la primera observación es que no debemos impresionarnos con el lenguaje apocalíptico del texto y descuidar el mensaje de esperanza que encierra.

El profeta Daniel (primera lectura) habla de «tiempos difíciles» y el evangelista de «aquellos días de gran angustia». El contexto, por tanto, de ambos, es de una situación de gran dificultad, de persecución, de injusticia generalizada. La comunidad de creyentes está sufriendo esta situación. Cuantas mujeres y cuantos hombres, también actualmente, soportan condiciones de opresión, de injusticia, de miedo, de tragedia en sus vidas y en la de sus seres queridos…

El mensaje del evangelio es de resistencia y de esperanza. El mal no tiene la última palabra. La historia está en las manos de Dios. Han de resistir, han de luchar. La victoria, al fin, será del bien. Cuantas comunidades, cuantas personas, hoy en día, ven en estos textos bíblicos su consuelo, su fuerza y su esperanza.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Domingo XXXII tiempo ordinario - Mc 12,38-44

En el evangelio de hoy encontramos un fuerte contraste: por un lado los escribas y gente rica, por otro una viuda pobre.

Los escribas, nos cuenta el evangelista, les gusta alardear; les agrada la fama, los puestos de honor; les encanta que los demás hablen bien de ellos y los tengan por personas de bien; pero, en realidad, son injustos en su forma de actuar. Todo es apariencia externa. De forma similar, en la escena de «Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas», son presentados un grupo de ricos, de acaudalados, que de forma ostentosa echan al arca sus grandes limosnas, cosa que no afectará prácticamente a su boyante economía.

Entra en escena una viuda pobre. Dos palabras, viuda y pobre, que concretan la situación de precariedad extrema del personaje. Pero su pobreza no llega a su corazón, es de una grandeza a la que no llega ninguno de los personajes anteriores. Su ofrenda es pequeña, dos monedas insignificantes, pero ha implicado su vida, su futuro: «ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir», dirá Jesús.

La narración invita a un serio examen de conciencia. ¿Hasta dónde estoy dispuesto/a ser generoso con mi dinero, con mi tiempo, con mi vida…? Recuerdo un comentario de alguien muy querido que decía: «hasta que me duela»

lunes, 2 de noviembre de 2009

Creación vs. Origen del Universo


Uno de los errores más frecuentes al hablar de la Creación o del origen del Universo es confundir ambas cuestiones y, consecuentemente, acabar sin saber de qué estamos hablando. Son dos realidades emparentadas, si queremos complementarias, pero se corresponden a dos perspectivas distintas.

Cuando hablamos de Creación estamos utilizando un lenguaje religioso. Estamos aceptando que existe un Creador. Mientras al hablar del origen del Universo, nuestro referente es la ciencia. Son dos planos diversos, lo que no significa enfrentados. La mayoría de creyentes formados comparten uno y otro. Pienso que muchos de los desencuentros entre ciencia y fe son consecuencia de confundir ambos planos, por unos y por otros.

La Biblia no responde a la pregunta: «¿cómo o cuándo se formó el Universo?» La respuesta le corresponde a la ciencia. Es la ciencia la que estudia el cómo y el cuándo. La comunidad científica habla mayoritariamente del origen del Universo como el instante primigenio en que después de una gran explosión –¿el Big Bang? – apareció toda la materia y toda la energía que hay actualmente en el universo. No intento dar una clase de cosmología, entre otras cosas porque es un tema del que no soy especialista. Simplemente busco diferenciar la respuesta de la ciencia y la de la fe.

En la Palabra de Dios hayamos respuesta a otra pregunta distinta, insisto no enfrentada a las anteriores cuya contestación corresponde a la ciencia. La comunidad de fe se pregunta por el «¿quién?» es el artífice de la Creación y el «¿porqué?». La respuesta es presentada de una manera sencilla, principalmente en dos textos del primer libro que encontramos en la Biblia: Gn 1,2-4a y Gn 2,4b-25. El primero nos presenta la creación del mundo, a partir del caos original, en el marco de una semana: el culmen de esta creación es el ser humano, hecho hombre y mujer a imagen y semejanza de Dios; es un texto que responde posiblemente a una fuente del s. VI a.C., y donde el autor sagrado responde a las inquietudes religiosas de su comunidad. El siguiente pasaje, aunque está después en el texto definitivo, la mayoría de estudiosos sitúa su origen, cronológicamente, antes (algunos lo remontan al s. X a.C.) El autor, guiado por el Espíritu Santo, muestra al hombre en el inicio del acto creador, y el resto de la creación responde a cubrir sus diversas necesidades. La mujer, en esta narración, goza de la misma dignidad antropológica que su compañero el hombre: es de su misma carne y de sus mismos huesos.

Lógicamente ninguna de las dos narraciones presentadas son científicas: no tienen, ni remotamente, ese interés. Y es algo, por otro lado, imposible con los conocimientos cosmológicos de la época en que se escribieron. Su único interés es religioso, teológico, existencial, comunitario. En la Biblia son las respuestas que hemos de buscar, no otras.

jueves, 29 de octubre de 2009

Domingo de «Todos los Santos» - Mt 5,1-12a

El evangelio que leemos / escuchamos en la celebración de hoy, el día de «Todos los Santos», es el llamado «sermón de la montaña», del evangelio de Mateo, donde Jesús enseña quienes son los «dichosos», los «bienaventurados», los «felices»

El número de los que están ya disfrutando del amor en plenitud, de Dios, es incontable (primera lectura, del libro del Apocalipsis); cada uno de nosotros ha conocido, conoce a un buen número de ellos y de ellas. Ya no están físicamente entre nosotros, pero siguen presentes de alguna manera, y actualmente están degustando de la visión de Dios (segunda lectura).

La «recompensa será grande»; ésta es nuestra esperanza. Pero la realidad del «reino de Dios» es algo que se ha de empezar a construir hoy, aquí y ahora. El conseguir que los pobres, los que lloran, los que sufren… sean dichosos es tarea de toda la comunidad eclesial; no es una realidad que haya que esperar a la otra vida. De la misma manera la solicitud por la causa de la justicia y de la paz.

Los «santos» son todos/as aquellos/as que se han empeñado (que se empeñan), de una forma o de otra, en que el proyecto de Jesús se haga realidad en este mundo, que comience a realizarse. Y es posible que algunos/as de ellos/as no sean conscientes de que estaban (están) contribuyendo a la construcción del «reino de los cielos», al que estamos llamados, todos y todas, a disfrutar.

jueves, 22 de octubre de 2009

Domingo XXX tiempo ordinario - Mc 10,46-52

La súplica que el ciego Bartimeo dirige a Jesús: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí», que leemos-escuchamos en el evangelio de hoy, ha pasado a ser una de las oraciones principales entre los cristianos orientales (y no sólo entre ellos) y es conocida como la «oración del corazón» u «oración del nombre de Jesús». Se repite reiterativamente, de forma letánica, al ritmo de los latidos del corazón. Es una oración que nace de la confianza en Jesús y produce una gran paz interior.

Nuestro personaje, en la narración, interpela persistentemente a Jesús. Está convencido que Jesús puede curarle. Por eso, cuando éste le llama, abandona todo lo que le ata a su situación anterior, «soltó el manto», y lo hace con toda prontitud: «dio un salto y se acercó a Jesús» Su gran fe, su plena confianza, su oración insistente… han hecho posible el «milagro»

Jesús ha conseguido que «vea» y no sólo en un sentido físico. Su recobrar la vista se ha convertido en seguimiento de Jesús: «recobró la vista y lo seguía por el camino». Hemos de descubrir la fuerza de la oración, la confianza en la acción de Dios. El Señor es Alguien próximo, que nos ama hasta el extremo.

jueves, 15 de octubre de 2009

Domingo XXIX tiempo ordinario - Mc 10,35-45

La pretensión de los hijos del Zebedeo, de Santiago y Juan, que nos narra el evangelio de hoy, es de entonces, de ahora y de siempre. Les gusta, nos gusta, el poder y el reconocimiento social; es humano. El resto, del grupo de los Doce, se indignan contra ellos, pero en el fondo pretenden lo mismo o parecido.

En la comunidad de los seguidores y seguidoras de Jesús no deben ser así las cosas. Eso es lo que les (nos) intenta explicar Jesús. Y afirma: «el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos» Es paradójica la aseveración de Jesús.

Manifiesta a la comunidad de los discípulos que el papel de «grande», de dirigente en la comunidad nada tiene que ver con la forma de entenderlo habitualmente. No es poder, ni prestigio, ni privilegios, ni nada parecido. Los que tienen o pretenden alguna responsabilidad en la comunidad han de ser quienes están a su servicio, más aún, los que se consideran –y son literalmente– esclavos de todos. La autoridad así entendida no tiene nada de atrayente, al menos humanamente. Pero es la que pide Jesús, la que Él vivió: «Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

lunes, 12 de octubre de 2009

Lectura orante de la Biblia



Una práctica que se desarrolló prioritariamente en los monasterios medievales se ha convertido en una de las formas más habituales de aproximarse a la Biblia por parte del pueblo cristiano: la lectio divina o lectura orante de la Palabra.

Después de un largo «ayuno» de la lectura, meditación y estudio de la Biblia en el mundo católico –E. Bianchi lo ha denominado: el destierro de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y en la vida de los creyentes– el concilio Vaticano II (antes precedido, aunque de manera algo tímida, por algunos papas), abrió plenamente las puertas de la Palabra al Pueblo de Dios, sobre todo a partir de la constitución conciliar sobre la divina revelación
Dei Verbum. Después de este evento, las intervenciones y documentos vaticanos, así como de las diferentes iglesias locales, han sido muchos insistiendo en la primacía de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia; lo último el Sínodo de los obispos, celebrado en Roma en octubre del 2008, sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia»

El camino recorrido es mucho, aunque aún insuficiente. La lectura creyente de la Biblia, hecha oración, tanto personal, como, sobre todo, comunitariamente, está posibilitando el encuentro dialogal con la Palabra de Dios. Cada vez hay más grupos que practican, por todos los lugares, muchas veces en las parroquias, y otras en casas particulares o en locales diversos, este diálogo con Dios, a través de su Palabra, y que está produciendo tan grandes frutos en las personas y en las comunidades.

La
lectio divina se puede practicar de maneras muy diversas, con una gran libertad de espíritu y de formas. No obstante, presentaremos el modo más habitual, que hunde sus raíces en la lectura orante en los monasterios, adaptando y añadiendo un elemento más a los clásicos (lectio, meditatio, oratio, contemplatio [lectura, meditación, oración y contemplación]), la acción o compromiso cristiano.

La «lectura» responde a la pregunta: ¿qué dice el texto? Y consiste en leer el fragmento de la Escritura escogido de manera atenta, respetuosa; releerlo… con atención, sin prisas. Aquí cabe el contextualizar lo leído, conocer o recordar el género literario en que se escribió, el contexto histórico y cultural, etc. La intención no es de erudición, sino de interpretar el texto, aproximándonos lo más posible al contexto en que se escribió, para evitar las lecturas fundamentalistas. Los textos escogidos pueden ser los de la liturgia, la lectura continuada de un evangelio, alguna carta de Pablo, algún texto del Antiguo Testamento. Es importante organizar un «plan de lectura» y no la elección de los textos al azar.

En la «meditación» buscaremos ¿qué me dice el texto? Interiorizar lo que antes hemos leído, aplicarlo a nuestras vidas concretas, hacer que la Palabra resuene en nuestra existencia. No es tanto una labor intelectual como el dejarse «empapar» por la Palabra.

La Biblia es también, yo diría sobre todo, «oración». Lo que hemos leído y meditado se convierte ahora en un diálogo amoroso entre Dios y yo, entre Dios y la comunidad. La oración es la respuesta a la Palabra que he leído, que he hecho mía, que he interiorizado. Hay que hablar con Dios, pero, sobre todo, dejar hablar a Dios.

El ingrediente siguiente es la «contemplación» Es un paso más, después de la oración. Es un mirar a Dios y sentirse mirado por Él. Es experiencia profunda, íntima del amor de Dios, manifestado en su Palabra. Es sentirse «inundado» por Dios, rebosante de su amor.

Pero la Palabra de Dios es mucho más. Implica la existencia humana. Invita a la «acción», al compromiso. La Palabra de Dios que encontramos en las Escrituras no es letra muerta –ya lo hemos visto en los pasos anteriores– si no que es capaz de cambiar a las personas, a las comunidades, al mundo. La Palabra de Dios nos interpela; nos posibilita ver la realidad que nos envuelve con la mirada de Dios. Nos compromete en la construcción de un mundo más humano, más digno, más respetuoso con las personas y con el entorno, más en la línea del plan amoroso de Dios.

Verdaderamente «la Palabra de Dios es viva y eficaz» (Heb 4,12). El número cada vez mayor de grupos que se reúnen alrededor de ella lo evidencia. Y es que la Biblia entusiasma, es capaz de producir el «milagro» de la transformación de los hombres, de las mujeres, de los jóvenes, de los niños, de las comunidades...

jueves, 8 de octubre de 2009

Domingo XXVIII tiempo ordinario - Mc 10,17-30


Siempre me ha llamado la atención esta escena del evangelio de hoy: uno pregunta a Jesús sobre la vida eterna. Hoy sería difícil encontrar a alguien que hiciese esa pregunta. Aunque seguramente la cuestión la podríamos reformular a un lenguaje más actual: ¿qué podría hacer para que mi vida tuviese sentido?; ¿cómo podría ser feliz?; ¿qué valor tiene la existencia?; ¿para qué complicarse la vida, si «esto» son dos días?

Es posible que algunos respondamos a Jesús también de forma similar al de nuestro personaje de la narración: «yo ya soy una buena persona»; «ya me preocupo de mi familia, de los míos e incluso de ayudar a los demás»; «contribuyo económicamente con una ONG»… Y Jesús también nos mirará con cariño, con un amor sincero.

Pero aún falta algo para conseguir la vida eterna, para que nuestras vidas no estén vacías, para que nuestra existencia no sea un ir «tirando» o un «sinsentido». Jesús nos pide que le sigamos, que hagamos nuestra opción existencial, como lo hizo Él. Nuestro corazón aún está dividido entre el amor a las cosas, a lo que poseemos, a nuestras seguridades, al dinero y el seguimiento de Jesús. Sabemos (intelectualmente) que sólo en Jesús y en los valores que predicó encontraremos la felicidad, pero no nos terminamos de fiar (existencialmente). Hemos de dar el paso.

jueves, 1 de octubre de 2009

Domingo XXVII tiempo ordinario - Mc 10,2-16


El evangelio de hoy presenta dos escenas distintas, pero complementarias. La primera es una controversia de los fariseos con Jesús por el tema del divorcio; mientras en la segunda, los protagonistas de la polémica son los discípulos, a raíz de que algunos/as (seguramente sus padres) quieren que Jesús bendiga a unos niños.

En ambos casos Jesús –como es habitual– se pondrá de parte del más débil, del más indefenso, del que socialmente tiene menos derechos. La mujer, en la sociedad judía de la época, quedaba en una situación de desamparo cuando el esposo la repudiaba, condenada en muchos casos a la pobreza más extrema o incluso la prostitución, si no tenía familiares que se hiciesen cargo de ella (cosa que ocurría con frecuencia). Jesús reivindica el plan original de Dios, en la creación, en que hombre y mujer han sido creados con igual dignidad y derechos, el uno para el otro.

Los niños, por otro lado, eran los últimos en la escala social. No tenían ningún derecho, ni eran tenidos en cuenta ni social ni religiosamente, hasta que llegaban a la mayoría de edad; aparte del altísimo índice de mortalidad infantil. Jesús se enojará con los discípulos por menospreciarlos. Y afirmará categóricamente: «Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él»

Nuestra forma de ser y de actuar personal y eclesial ha de estar en la línea de Jesús, privilegiando a los más débiles y pobres, si no nos hemos equivocado de Maestro.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Domingo XXVI tiempo ordinario - Mc 9,38-43.45.47-48

En la línea de los textos del evangelio de Marcos leídos en los anteriores domingos, los discípulos no acaban de comprender el mensaje de Jesús.

Esta vez la polémica viene porque han encontrado a alguien que actuaba en nombre de Jesús, pero «no es de los nuestros». Tienen una mirada estrecha; defienden sus intereses de grupo por encima de todo, incluso de los gestos de bondad, si quien los realiza es alguien extraño a la comunidad. La perspectiva de Jesús no admite esas estrecheces de miras. El don del Reino de Dios no es excluyente, nada tiene que ver con grupismos, aunque sean eclesiales. Todos, todas están llamados a participar de la «Buena Noticia» de Jesús.

El mensaje de Jesús es inclusivo, abierto a todos y a todas: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro» Jesús advierte contra una eclesialidad que ve enemigos en cualquiera que piensa distinto; incapaz de descubrir bondad, «ráfagas» del amor de Dios en alguien que no es de los nuestros. Hemos de cambiar nuestra forma de ver las cosas, de juzgar a las personas. Podemos encontrar «semillas» del Reino donde y en quien menos nos pensamos.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Domingo XXV tiempo ordinario - Mc 9,30-37


El tema del Jesús incomprendido sigue siendo la línea maestra de la narración del evangelio de Marcos, como llevamos viendo desde hace varias semanas, en los evangelios dominicales.

Jesús, una vez más, va instruyendo a sus discípulos sobre su final trágico, su escarnio y su muerte, pero, también, sobre su resurrección. El mal, en el plan de Dios, no tiene la última palabra. En cambio, los discípulos van discutiendo sobre quién es el más importante. Es la paradoja del mundo, de la que no escapan los seguidores de Jesús, ni siquiera la primera comunidad. Frente a un Jesús abierto a todos, comprometido con la causa del Padre, donde todos los hombres y todas las mujeres son acreedores de la misma dignidad, ya que todos y todas son hijos del mismo Padre; los discípulos están preocupados y ocupados en discutir sobre su parcela de poder.

La respuesta-imagen de Jesús es tajante, no admite componendas ni interpretaciones reductoras. Pone en medio de ellos un niño, imagen de lo más débil e insignificante en una sociedad que sólo contaban los adultos varones. Y afirma: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» En la comunidad cristiana el valor de lo pequeño es lo definitivo, todo lo demás se aparta del mensaje de Jesús.



jueves, 10 de septiembre de 2009

Domingo XXIV tiempo ordinario - Mc 8,27-35

Comentábamos la semana pasada el temor de Jesús a la incomprensión de su mesianismo, de su misión, de su predicación, de sus acciones sanadoras. Y, por eso, pregunta, a sus discípulos, a los más íntimos, por la opinión que la gente tiene de Él.

Las respuestas son diversas, quizás insuficientes, pero todas positivas: no debemos menospreciar las opiniones sobre Jesús entre algunos jóvenes o entre muchas personas de nuestro entorno actual por el hecho de ser insuficientes; son un primer paso.

Aunque a Jesús lo que realmente le interesa es la respuesta de sus discípulos. La contestación vendrá de labios de Pedro, quien representa la opinión del colectivo: «Tú eres el Mesías» Pero, ¿verdaderamente, los discípulos han entendido a Jesús?; ¿han alcanzado a percibir el alcance de su reconocimiento como Mesías? El narrador tiene interés en señalar que no. La reacción de Pedro, intentando apartar a Jesús de su final trágico, consecuencia de su predicación y de su forma de actuar, es prueba de que no han comprendido nada.

La figura de Jesús, el seguirlo, también hoy produce equívocos e incomprensiones. El ser cristiano implica poner «toda la carne en el asador», comprometer la existencia en la «buena noticia» predicada y vivida por Jesús. Y no siempre es fácil.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Domingo XXIII tiempo ordinario - Mc 7,31-37

En el evangelio de este domingo encontramos dos temas muy frecuentes en todo el evangelio de Marcos: el mandato de Jesús de guardar silencio, después de una acción extraordinaria y, por contraste, la proclamación insistente del hecho por parte de la persona beneficiada, no haciendo caso de la advertencia de Jesús.

El llamado «secreto mesiánico», que no es otra cosa que la insistencia de Jesús en no hacer publicidad de sus hechos prodigiosos, responde a la sospecha de que no sea bien entendido su mesianismo. El mensaje de Jesús no se puede confundir con una fe «milagrera». Sus milagros no son magia, no buscan impresionar a los presentes, no intentan demostrar nada; responden al poder de Dios puesto al servicio del ser humano necesitado. Lo nuclear es la imagen de un Dios misericordioso, solidario con el dolor humano. Por eso, Jesús se acerca a los enfermos y los atiende, los escucha, los cura; como lo hará con todos los pobres y marginados.

Pero quien ha sido acogido por Jesús; quien ha experimentado su fuerza sanadora; el que ha percibido que Dios le ama personalmente no puede callar, aunque se lo pida el mismo Jesús. La proclamación del don de Dios, experimentado en la propia vida, responde a un corazón agradecido. No podemos guardar silencio si Dios ha actuado en nuestras vidas. ¡Y lo ha hecho!

jueves, 27 de agosto de 2009

Domingo XXII tiempo ordinario - Mc 7,1-8.14-15.21-23

Después de unas cuantas semanas escuchando el capítulo 6 del evangelio de Juan, volvemos a Marcos, el evangelio principal del ciclo litúrgico B, en este año.

El evangelista nos presenta una controversia entre algunos fariseos y Jesús. En esta ocasión el tema es la impureza legal. Jesús contrapone esta impureza a la que proviene de un corazón impuro. No es la apariencia exterior, lo que haga ante los demás, lo que hace a un hombre o a una mujer justos, es su actitud interior.

El tema, que será un lugar común en prácticamente todos los profetas de la Biblia, es que no son los actos rituales los que nos hacen mejores. Un culto que no responde a una forma de vivir es algo vacío, fatuo.

El corazón, en la antropología bíblica, es el lugar de las decisiones, además del de los sentimientos. Estas decisiones han de nacer de un corazón puro, en el que no caben la injusticia, el fraude, el mal, el pecado…, afirmará Jesús. Y todo esto es más importante que unas practicas rituales, por muy buenas y muy santas que sean. La crítica profética no es un rechazo del culto, nada más lejos; es subordinar el culto –algo bueno y necesario– a la justicia y al bien.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Domingo XXI tiempo ordinario - Jn 6,60-69

Continuamos con el capítulo 6 del evangelio de Juan que inauguramos el último domingo de julio: multiplicación de los panes y de los peces, Jesús «pan de vida», Jesús eucaristía que se entrega por todos, etc.

Hoy el evangelista afirma que no todos entienden el mensaje de Jesús, incluso entre sus discípulos, entre sus seguidores: «muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él», lo encuentran duro, difícil. Esta es una circunstancia que se repetirá muchas veces, también en nuestros días. En cuantas ocasiones sentimos cierto complejo a la hora de manifestarnos como cristianos en nuestros ambientes de ocio, de amistad, de trabajo… No siempre estamos plenamente convencidos que la sociedad actual de la tecnología, de la ciencia, de la informática, de Internet, de la globalización, etc., de la que formamos parte sea compatible con nuestra fe, con asistir a la eucaristía dominical, con nuestras creencias religiosas. ¡No cuadra! Sentimos, o podemos sentir, cierto complejo: ¿no estaremos equivocados?; ¡todo el mundo piensa de otra manera!; ¿porqué yo he de ser distinto/a?

La respuesta de Simón Pedro es un reto a nuestras vidas: «Tú tienes palabras de vida eterna.» ¿Yo también creo que la Palabra de Jesús es vida eterna? ¿Estoy persuadido/a que sin Jesús mi vida, nuestra vida es un sinsentido?: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?»

jueves, 13 de agosto de 2009

Domingo XX tiempo ordinario - Jn 6,51-58

Continuamos –éste es ya el cuarto domingo– con el tema de Jesús «pan de vida». En el evangelio de hoy se subraya el aspecto eucarístico. Jesús se nos da como alimento y como bebida en cada Eucaristía. Invita a todos, a todas a participar de esta realidad: «el que come este pan vivirá para siempre.» Es el pan de vida, el pan de vida eterna, sin fin.

La Eucaristía nos permite pregustar lo que será la vida eterna, participar de ella, anticiparla en cierta manera. Y para ello, Jesús se valdrá de dos elementos cotidianos: el pan y el vino. El pan es la comida de todos, también de los pobres; es un alimento de todas las mesas. Es un alimento sencillo y cotidiano. Jesús se quiere identificar con él. Es un alimento para compartir, en el que se hace presente la entrega hasta la muerte de Jesús.

El vino es otro tipo de alimento, algo distinto del pan. Es, en toda la cultura mediterránea, la bebida festiva. En la mesa de los pobres sólo se bebía vino en las fiestas. La Eucaristía es también festividad, celebración. Jesús se ha querido valer de estas dos realidades para «hablarnos» de sacrificio, de amor, de donación, de fiesta, de vida, de eternidad. La vida cristiana es una invitación a vivir y compartir estas realidades en plenitud.

martes, 11 de agosto de 2009

Sábado 15 de agosto, "La Asunción de María" - Lc 1,39-56

María, en el evangelio de hoy, aparece como la primera evangelizadora, la que hace de su vida un servicio a los demás. Ella se «pone en camino», aprisa, con prontitud. Sabe que Isabel, su parienta, necesita ayuda, y no se lo piensa dos veces, se dirige hacia Jerusalén, un camino de varios kilómetros, para ponerse a su servicio. María es la mujer creyente por excelencia, pero sabe que la fe implica una respuesta generosa, una demostración de amor de donación. Y, por eso, es «bienaventurada».

María proclama con su vida y con sus palabras las grandezas de Dios; un Dios que es grande porque está al lado de su pueblo, al lado de los pobres y necesitados, porque es el siempre fiel.

Y esta actitud de servicio, de disponibilidad, de ayuda la sigue ejerciendo desde el cielo, junto a su Hijo. Continúa atenta a nuestras necesidades, preocupada y ocupada en ayudar a los que más lo necesitan. Esto es esencialmente lo que celebramos en la fiesta de hoy.

Al estilo de vida de María estamos invitados toda la cristiandad. Cuando tres cuartas partes de la humanidad están viviendo de una forma precaria, sin lo mínimo necesario; cuando a nuestro alrededor hay tantas personas necesitadas, a causa de la inmigración, del desarraigo social, de la marginación, de la crisis económica; cuando hay tantas personas que necesitan una palabra de consuelo, de amor...; y no reacciono, es que no he entendido la Buena Nueva de Jesús, como la vivió y la sigue viviendo María.

jueves, 6 de agosto de 2009

Domingo XIX tiempo ordinario - Jn 6,41-51

Continúan los diálogos y discusiones con respecto a Jesús, después de la multiplicación de los panes y de los peces (evangelio de hace dos domingos); no comprenden –o no quieren comprender– que Jesús es el «pan de vida» (domingo pasado).

Jesús aprovechará para ofrecerles –para ofrecernos– una catequesis alrededor de dos ideas centrales y complementarias: la Palabra y la Eucaristía.

La primera es sobre la Palabra. Invita a sus interlocutores a leer, a escuchar la Palabra de Dios. Y, por eso, recuerda lo que han dicho los profetas; invita a escuchar «lo que dice el Padre»; apremia a creer en la Palabra de Dios: «tiene vida eterna». El que «escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí», afirmará. Es escuchar y aprender; es escuchar y llevar la Palabra a la vida. La Palabra nos habla de Jesús, nos acerca a Jesús.

Y es que Jesús es el «pan vivo», segunda imagen de su catequesis. Jesús se ofrecerá en sacrificio de amor por todos los hombres y todas las mujeres. Y esa realidad de amor inconmensurable se actualiza en cada eucaristía. Es una realidad de amor y de vida: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» No podemos separar estas dos realidades, la Palabra y la Eucaristía: una nos lleva a la otra y viceversa. Ambas juntas –en nosotros y con nosotros– son capaces de cambiar la sociedad, el mundo, de cambiarnos.