jueves, 25 de febrero de 2010

Domingo II de Cuaresma - Lc 9,28b-36

La escena evangélica que nos propone la liturgia de hoy es la Transfiguración de Jesús, preanuncio de la resurrección de Cristo; consuelo para los discípulos ante los diversos anuncios de la pasión, muerte y resurrección del Maestro.

Además de los tres discípulos –Pedro, Juan y Santiago– aparecen en la escena, junto a Jesús, Moisés y Elías. Moisés y Elías son signo, personifican «la Ley y los Profetas», la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento. La Escritura, la Palabra de Dios da testimonio de Jesús. Dicho testimonio también es avalado por Dios Padre: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Toda una epifanía, una manifestación divina a favor de Jesús. Su mensaje, su vida, incluso su muerte tienen sentido; Dios está de su parte.

Los discípulos no terminan de entender, no comprenden la profundidad de lo que está pasando; tendrán que esperar a la resurrección de Jesús. Nosotros ¿entendemos plenamente el mensaje de Jesús? ¿Comprendemos que su muerte responde a su forma de vivir, a su predicación, a su forma de concebir el Reino de Dios?

La Revelación de toda la Escritura, de Dios apunta a Jesús; en Él está su plenitud. Nada será igual a partir de entonces. Nosotros, nosotras estamos invitados a continuar la realidad de Reino que Él inauguró.

jueves, 18 de febrero de 2010

Domingo I de Cuaresma - Lc 4,1-13

Jesús se retira al desierto, llevado por el Espíritu Santo, durante cuarenta días. No es difícil descubrir una evocación de los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto, antes de entrar en la tierra prometida. De hecho, cada una de las tentaciones a las que es sometido Jesús recuerda las tentaciones y actitudes del pueblo en su peregrinar.

Jesús sí sale victorioso de la prueba. No cae en la tentación de utilizar a Dios para las propias conveniencias; ni se deja seducir por el prestigio y el poder; tampoco cede ante la fascinación de la espectacularidad, para iniciar su ministerio. El plan de Dios es lo realmente importante. La Palabra de Dios es lo definitivo. El reconocimiento, la adoración a Dios libera de todo tipo de esclavitudes.

El pueblo de Israel, en muchas ocasiones, no supo salir airoso de estas tentaciones, tan de siempre, tan actuales. Nosotros, hombres y mujeres de Iglesia, tampoco. Jesús es paradigma de que sí es posible. La respuesta está en la «buena noticia» de Jesús, en su Palabra, en su vida.

Aunque nunca debemos bajar la guardia; el mal siempre está al acecho, esperando cualquier momento de debilidad: «completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión»

lunes, 15 de febrero de 2010

Miércoles de Ceniza - Mt 6,1-6.16-18

Inauguramos la Cuaresma con la lectura del evangelio, del «sermón de la montaña», en el que se nos invita a la limosna, la oración y el ayuno. Tres prácticas de hondo arraigo en las tres grandes religiones monoteístas: Judaísmo, Cristianismo e Islam; y también presentes en la mayoría del resto de religiones. ¿Dónde está, entonces, la originalidad de estas prácticas en el cristianismo?

Primero, no hemos de buscar originalidades. Si son unas prácticas religiosas tan comunes y universales será por su importancia y profundidad, independientemente del credo de quien las practica.

Pero, segundo, Jesús, por su parte, hace de ellas una nueva lectura. No deben ser motivo de vanagloria, no se debe buscar el reconocimiento de los demás por practicarlas; de lo contrario, pierden todo su valor. Más aún, deben responder al mandamiento supremo del amor. Éste último requisito será el filtro que nos libere del ritualismo, de la monotonía o de la apariencia hipócrita.

La oración auténtica sólo puede nacer de un corazón deseoso de comunicarse con Dios, en la intimidad. El ayuno voluntario implica solidarizarse con tantos hombres y tantas mujeres obligados a ayunar cada día o con mucha frecuencia; aprender a no sentirnos tan satisfechos con lo que poseemos. Y, por consiguiente, empezar a compartir con los que padecen necesidad: limosna (que es mucho más que dar la calderilla que nos sobra en el monedero).

jueves, 11 de febrero de 2010

Domingo VI tiempo ordinario - Lc 6,17.20-26

La búsqueda de la felicidad es una constante en la humanidad. Y el evangelio de este domingo nos habla de felicidad y de quiénes son los felices. Aunque curiosamente las afirmaciones de Jesús están en contradicción con nuestra experiencia cotidiana, con lo sociológicamente aceptado. Los medios de comunicación, de una manera privilegiada a través de los programas llamados del «corazón» y de ciertos concursos, nos presentan una propuesta de «felicidad» unida al dinero fácil, a la fama a cualquier precio, al placer inmediato…

Los «ayes» contra los ricos y satisfechos, en este evangelio, muestran otra realidad bien distinta. En este contexto los felices, los acreedores de dignidad son los pobres, los hambrientos, los que sufren… Otro mundo es posible, está afirmando Jesús. Su persona, su predicación, la proximidad del Reino de Dios que proclama lo han inaugurado. Sus seguidores, los de entonces e indudablemente, en la actualidad, nosotros y nosotras, estamos llamados a comenzar a construirlo aquí y ahora. Los pequeños, los últimos, los que no tienen nada, los que lo pasan mal son los privilegiados en este Reino de Dios; lo son para Jesús y lo han de ser para sus discípulos y discípulas.

jueves, 4 de febrero de 2010

Domingo V tiempo ordinario - Lc 5,1-11


El inicio del evangelio de hoy es alentador, ilusionante: «la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios.» La Palabra de Dios entusiasma, sobre todo cuando se presenta con toda su fuerza transformadora, con toda su viveza, como lo hacía Jesús.

La «pesca milagrosa» es signo de que cuando se confía en esta Palabra, en la palabra de Jesús, los frutos son extraordinarios. Es la Palabra de Dios, y no nuestros cálculos, nuestros esfuerzos, nuestra autosuficiencia, la que produce el milagro.

La reacción de Pedro y de los demás discípulos es de admiración y de temor. Rudolf Otto, un famoso investigador del fenómeno religioso, habla de la manifestación de la transcendencia (de Dios) como «misterio tremendo y fascinante» Esta impresión es la habitual cuando cualquier hombre o mujer descubre la fuerza amorosa y transformadora de la Palabra de Dios. Ésta es la experiencia que viven los seguidores de Jesús, de entonces y de ahora.

La Palabra de Dios ha de estar presente en nuestras vidas, en nuestra lectura y oración diarias, en las reuniones comunitarias, informando toda la pastoral, en la vida de la Iglesia… En ella encontraremos el plan amoroso de Dios para nosotros, para la comunidad eclesial, para el mundo.