jueves, 30 de septiembre de 2010

Domingo XXVII del tiempo ordinario - Lc 17,5-10


Los discípulos piden a Jesús que les aumente la fe y, por segunda vez en el evangelio, el Maestro utilizará la metáfora del «grano de mostaza» La primera fue una parábola para explicarles cómo es el Reino de Dios (Lc 13,18-19); ahora es para hablarles de la fe. En ambos casos los discípulos esperan grandezas, pero Jesús les habla de lo pequeño, de lo sencillo. Las «grandezas» en la «Buena noticia» de Jesús, en el Reino de Dios sólo son posibles desde la humildad, desde la pequeñez, desde el servicio.
 
Por ello inmediatamente el Señor les habla de ser «pobres siervos», indicándoles que la auténtica fe se manifiesta en la disponibilidad a poner por obra, a hacer propio el plan salvífico de Dios; en ser fieles a su plan original para cada persona y para la Humanidad en general. Y todo ello sin aires de gloria. Es lo que nos toca hacer; es la respuesta al don de la fe; es lo que hará posible que las cosas cambien, que el mundo sea más justo, que sea respetada la dignidad de todos y de todas.
 
La fe no consiste en creer en una lista de cosas, sino en fiarse de Jesús, en aceptar y llevar a la práctica su plan salvífico, en ser fieles a su mensaje de amor. El mejor comentario a este pasaje nos vendrá de la mano de Pablo de Tarso: «si tengo tanta fe como para mover montañas, pero no tengo amor, nada soy.» (1Cor 13,2)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Domingo XXVI del tiempo ordinario - Lc 16,19-31

Continúa el tema del uso de los bienes terrenos que hemos recibido para administrarlos; en esta ocasión es a través de una parábola de Jesús que nos narra la historia de un hombre que nada en la abundancia y de un mendigo enfermo y hambriento, ignorado por el primero.

Curiosamente del primero, del rico, el evangelista no nos proporciona el nombre. El narrador quiere que cada uno de nosotros le pongamos un nombre, el nuestro; que nos paremos a pensar en cuántas ocasiones hemos actuado de forma similar al personaje de la historia: despreocupándonos de las necesidades del prójimo; «pasando» de tantas situaciones de injusticia, de sufrimiento, de dolor de los demás; ignorando que el otro, la otra son hijos de Dios, son mis hermanos.

En cambio el mendigo, el menesteroso sí tiene nombre: Lázaro. El pobre, el necesitado, el hambriento, el «pisoteado» por las circunstancias de la vida y de la sociedad… tiene un rostro, tiene un nombre, tiene una dignidad. No son personas anónimas: tienen una vida, una familia, unas circunstancias; son personas; son «hijos de Dios». Nuestra desidia, nuestra escasa o nula preocupación, no significa que sea menos digno que tú, que yo, que nosotros. La «Buena noticia» de Jesús es que ellos son los elegidos, los primeros, los escogidos para el Reino de Dios, los más dignos. Se impone un examen de conciencia personal, social, eclesial de nuestras actitudes, de nuestras prioridades, de nuestra existencia.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Domingo XXV del tiempo ordinario - Lc 16,1-13

El evangelio de este domingo nos recuerda que todos los bienes que hemos recibido no son exclusivamente para provecho propio. Todos los bienes de la tierra, antes que nada, tienen una función social, están al servicio del bien común. El derecho a la propiedad está subordinado al bien común. Este es una enseñanza que se fundamenta en la Palabra de Dios y de la que se han hecho eco tanto la Patrística como la mayoría de encíclicas sociales de los últimos Papas.

En este sentido siguen siendo actuales las palabras de san Basilio (s. IV): «Si cada cual asumiera solamente lo necesario para su sustento, dejando lo superfluo para el que se halla en la indigencia, no habría ricos ni pobres… Te has convertido en explotador al apropiarte de los bienes que recibiste para administrarlos. El pan que te reservas pertenece al hambriento; al desnudo los vestidos que conservas en tus armarios; al descalzo, el calzado que se apolilla en tu casa; al menesterosa, el dinero que escondes en tus arcas. Así, pues, cometes tantas injusticias cuantos son los hombres a quienes podías haber socorrido» (PG 31,276).

El mensaje de Jesús es claro y contundente: «No podéis servir a Dios y al dinero»

jueves, 9 de septiembre de 2010

Domingo XXIV del tiempo ordinario - Lc 15,1-32

Hoy, la liturgia dominical, nos brinda la oportunidad de meditar las tres parábolas sobre el amor misericordioso de Dios, que encontramos en el capítulo 15 del evangelio de Lucas.

Este amor de Dios es comparado con un pastor que pierde una oveja de su rebaño y sale a buscarla, y cuando la encuentra le invade una alegría inmensa que siente necesidad de compartirla con los demás. De igual manera ocurre cuando una mujer pierde una moneda y la busca diligentemente; al encontrarla se llena de gozo e igual que el pastor de la primera parábola lo hace partícipe a sus íntimas. En los dos casos Jesús afirma que la misma alegría habrá en el cielo por la vuelta de un pecador. El evangelista quiere que tanto hombres como mujeres participen de la experiencia de un Dios que es todo amor; solidario con todas nuestras necesidades; que nunca nos abandona, aunque nosotros sí lo hagamos; que nos busca y se alegra cuando volvemos a Él.

En la misma línea se sitúa la tercera parábola de un padre que nos ama aunque le rechacemos, aunque le neguemos, aunque le ignoremos. Siempre dispuesto a salir corriendo a nuestro encuentro, abrazarnos y besarnos. También cuando hemos hecho de la religión un cumplimiento frío, olvidando que Dios es nuestro Padre y el otro siempre es mi hermano.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Domingo XXIII del tiempo ordinario - Lc 14,25-33

La primera impresión a que llegamos, al leer – escuchar el evangelio de este domingo, es que Jesús es muy exigente, quizás demasiado, nos parece. Nos invita a posponer padre, madre, esposa, hijos y resto de la familia a Él; incluso su petición de llevar la cruz como condición necesaria para ser su discípulo no resulta muy atrayente, al menos a primera vista. Hoy diríamos que el «marketing» que utiliza «vende» poco.

Quizás nos hemos acostumbrado a un cristianismo «descafeinado», «light» y todo lo que nos suena a renuncia, a cruz nos provoca desasosiego. Pero el mensaje de Jesús es exigente. El ser discípulo de Jesús implica una manera de pensar, de ser y de vivir.

Cualquier opción en nuestra vida, incluso el no tomar ninguna decisión, implica una renuncia a algo, a todo lo que es distinto u opuesto a mi elección. El no elegir también significa renunciar a lo que puedo optar.

La «Buena noticia» de Jesús implica una opción fundamental, una elección en la que implico toda mi existencia, por eso es fundamental. Jesús, en el evangelio de hoy, nos está recordando que elegirlo a Él significa que todo en nuestra vida esta condicionado a esa elección: mi familia, mis amistades, mis proyectos, mi vida… Y eso es lo mejor posible para mi familia, mis amistades, mis proyectos y mi vida. Lo que pasa es que no acabamos de creernoslo.