jueves, 28 de abril de 2011

Domingo II de Pascua - Jn 20,19-31

La experiencia de Pascua, la resurrección de Jesús produce en quien la experimenta alegría y paz. La fe cristiana es una vivencia gozosa, un don del Espíritu Santo. Esta realidad nos la recuerda el evangelio de este domingo. Pero, ¿constatamos esta paz, esta alegría, la experiencia del perdón vivido y compartido a que nos invita Jesús resucitado en nuestras vidas, en nuestras comunidades?

Corremos el peligro de celebrar (si es que lo celebramos) la resurrección del Señor desde la indiferencia. Nada cambia ni en nuestra vida ni en nuestra forma de actuar personal y comunitaria. Y así perdemos la oportunidad de disfrutar plenamente de la experiencia de la Pascua.

La resurrección de Jesucristo es nuclear en el mensaje cristiano. Pero no significa sólo creerlo pasivamente; comporta entenderla existencialmente. Nuestra vida debe traslucir alegría, paz, perdón, amor… Y lo tienen que notar los que viven alrededor nuestro: familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo… Algo similar debe pasar en nuestras comunidades, los que entran en relación con nosotros lo deben experimentar: «eran bien vistos de todo el pueblo» (primera lectura). Nuestra vida transmite (debe transmitir) «alegría con un gozo inefable y transfigurado» (segunda lectura).

sábado, 23 de abril de 2011

Domingo de Pascua de Resurrección - Jn 20,1-9


¡Jesús ha resucitado! Éste es el saludo, el grito de millones de cristianos en este día. Algo parecido sucede en la escena que nos narra el evangelio de esta festividad, todos corren: María Magdalena, Simón Pedro, el discípulo amado. No es para menos. Algo inesperado ha pasado, aún no saben exactamente qué, pero Jesús ya no está en el sepulcro, no se encuentra entre los muertos. Será del discípulo amado de quien dirá el evangelista que «vio y creyó» Es curioso, pero aún no se narra ninguna aparición del resucitado; lo que han visto estos primeros testigos es bien poco, unos objetos del embalsamamiento, pero nada más. Más bien es lo que no ven: Jesús ya no está entre los muertos. Será la fe la que hará posible creer en Jesús, creer en su resurrección. Y ese mensaje es muy actual. Después los evangelios narrarán las apariciones de Jesús resucitado, pero éstas no anulan el momento de la fe.

Nuestra fe está enraizada en la resurrección de Jesús: esa es nuestra fe, esa es la fe de la Iglesia. La resurrección del Señor es un canto de esperanza ante los sufrimientos de tantos hermanos nuestros, ante la injusticia que tantos están padeciendo, ante el dolor de los muchos que padecen… El mal, la muerte no tienen la última palabra. La comunidad creyente, la Iglesia, tiene la responsabilidad de preparar el camino para que todo esto cambie. No sirven las recetas de la resignación y de la paciencia estéril, hemos de empeñarnos en que todos gocen de la experiencia de la resurrección.

jueves, 21 de abril de 2011

Viernes santo - Jn 18,1-19,42


No hay resurrección sin pasar por la pasión y la cruz. La festividad del Viernes santo nos los recuerda, lo actualiza. Todas las lecturas de este día apuntan al drama de la cruz: «desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano (…), despreciado y evitado de los hombres…» (primera lectura); «soy la burla de mis enemigos, la irrisión de mis vecinos…» (salmo); «aprendió, sufriendo, a obedecer…» (segunda lectura). El evangelio, con la recitación de la pasión según san Juan, culminará la representación de la tragedia de Jesús de Nazaret: la escena de la traición de Judas, uno de sus íntimos, perpetrada en el Huerto de Getsemaní; Jesús ante el sumo sacerdote; el interrogatorio ante Pilato; la flagelación… hasta su muerte y enterramiento. Las escenas son diversas y todas ellas invitan a la reflexión, a la meditación, a la contemplación personal y comunitaria.

La vida de Jesús no fue fácil, su pasión y muerte menos. Nuestro modelo no es un líder triunfante, todo lo contrario: es un fracasado. Al menos esa es la lectura inmediata de los textos de hoy: desfigurado, sin aspecto humano, despreciado, motivo de burla y de risa, sufriente, ejecutado como un malhechor, abandonado de sus amigos, etc. Sólo la fe –cómo la fe que tuvo Jesús– hace posible una interpretación diferente.

El Viernes santo no es sólo un día de luto, es un canto de esperanza. La muerte, el mal no tienen la última palabra, pero esto sólo es perceptible desde la fe. Muchas veces en nuestras vidas sólo la fe nos permite vislumbrar esperanza, cuanto todo parece oscuridad, tinieblas, dolor, sufrimiento.

lunes, 18 de abril de 2011

Jueves santo - Jn 13,1-5


El contexto de todas las lecturas de la festividad del Jueves santo es pascual. La primera lectura, del libro del Éxodo, nos recuerda la primera Pascua de Israel, en la que el pueblo es liberado por Dios de la esclavitud de Egipto y comienza su andadura como pueblo, mucho más, como Pueblo de Dios. San Pablo, en la segunda lectura, recuerda la última cena de Jesús con sus discípulos, una cena en el contexto de la celebración de la Pascua judía, y que ya en los años 50 de nuestra era es una tradición que se recuerda y actualiza en todas las comunidades cristianas.

El evangelio también nos situará en un entorno similar: «antes de la fiesta de Pascua…» El narrador quiere subrayar el acto de amor inconmensurable que significa la entrega de Jesús: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»

La última cena del Señor, inicio de la Pascua cristiana, es el origen del nuevo Pueblo de Dios que abarca a todas las naciones y a todas las personas; está fundamentado en la entrega hasta las últimas consecuencias de Jesús e implica la liberación de todas las esclavitudes. Y esta entrega, esta actitud de servicio incluye desde los detalles más pequeños, «lavar los pies de los otros», hasta la donación de la propia vida.

jueves, 14 de abril de 2011

Domingo de Ramos - Mt 26,14-27,66


El domingo de Ramos inaugura la Semana Santa que tendrá su culminación en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Ésta festividad se inicia con la bendición de palmas y de ramos de olivo o de laurel. Tiene un tono auténticamente festivo: hay gente que se pone en este día sus mejores galas, más en los pueblos; que sale a la calle, camino de la iglesia, con sus palmas o ramos que los niños agitan con auténtica alegría; para algunos será una de las pocas oportunidades en que escucharan la Palabra de Dios y participaran en un acto religioso. Recuerda mucho la escena narrada en los evangelios de Jesús entrando en Jerusalén. No podemos perder la oportunidad comunitaria de hacer una catequesis popular de este acontecimiento; no podemos menospreciarlo, pensando que es una religiosidad superficial. Es el momento de acercar la Palabra de Dios a tanta gente que no está en contacto con ella habitualmente.

Aunque esto no exime de la participación en la eucaristía, donde se proclamará el relato de la Pasión. Un relato en el que hay traiciones, cobardía, pero también el mayor acto sublime de amor, personificado en Jesús. Nos podemos sentir todos retratados; todos estamos necesitados del perdón y del amor de Dios. Y, lógicamente, abiertos a la esperanza: con la muerte de Jesús no acaba todo, ¡resucitará! El mal es vencido definitivamente por el bien, por el amor sublime de Dios, en Jesucristo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Domingo V de Cuaresma - Jn 11,1-45

Iglesia de Marta, María y Lázaro - Betania

En el evangelio de este domingo el narrador pone en boca de una mujer, de Marta, la confesión cristológica por excelencia (los otros evangelistas la han puesto en boca de Pedro): «Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo» Es una mujer la que reconocerá en Jesús al Mesías esperado, al Unigénito de Dios.

Tanto Marta como María y el hermano de ambas, Lázaro, representan al discipulado de Jesús, en el que hay mujeres y hombres, en situación de igualdad, porque así lo ha querido el Maestro. La fe de estas dos hermanas hará posible el milagro de la resurrección de su ser querido. Jesús es «la resurrección y la vida». Y éste es el mensaje central del evangelio dominical. El Dios de Jesús es el Dios de la vida. La muerte no es el último capítulo de una existencia, sino el inicio de una nueva vida.

El suceso narrado en el evangelio nos prepara para los acontecimientos que vamos a rememorar a partir del domingo que viene, iniciando la Semana Santa. La pasión y muerte de Jesús no es la historia de un fracaso; es el prólogo de la Pascua, de la Resurrección gloriosa. Esto es lo que creemos, esto es lo que celebramos.