lunes, 31 de octubre de 2011

Festividad de Todos los Santos - Mt 5,1-12a

Jóvenes peregrinos a Santiago de Compostela

Bienaventurados, dichosos, felices… Con estos apelativos la Iglesia se refiere a los santos, a todos aquellos, «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar» (primera lectura), que ya disfrutan plenamente de la felicidad en la otra vida. Pero, ¿sólo a ellos se refiere el evangelio cuando habla de los «dichosos»?

El evangelista utilizará mayoritariamente verbos en futuro, pero también en dos ocasiones en presente: en la primera y en la última «bienaventuranzas»: «…de ellos es el reino de los cielos». La realidad del reino de Dios es una tarea que no queda pospuesta al fin de los tiempos, a la otra vida. Es algo que ya está presente, que ya se ha iniciado, aunque su plenitud sólo la podremos disfrutar después. La comunidad creyente es invitada a contribuir al crecimiento de este reino, aquí y ahora. Es una tarea irrenunciable; en ella está la verdadera felicidad: en dignificar a los pobres, a los desgraciados, a los necesitados…, en construir la paz, etc.

Somos «hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos» (segunda lectura). La comunidad creyente está llamada a hacer posible que a todos los hombres y a todas las mujeres les sea reconocida la misma dignidad, humana y teológica.

martes, 25 de octubre de 2011

Domingo XXXI del tiempo ordinario - Mt 23,1-12


Las palabras de Jesús que escuchamos en el evangelio de este domingo están dirigidas prioritariamente a los dirigentes de la comunidad, pero por extensión a todo su discipulado, ya que todos estamos expuestos a la tentación de la prepotencia, de la soberbia, de las ansias de poder, pero, también, del propio prestigio, de fama, de reputación, etc. Utiliza como muestra los dirigentes judíos: sacerdotes, fariseos y escribas. Su aparente prestigio y autoridad está reñido con su forma de vivir. Y avisa a la comunidad eclesial para que no pase entre ellos lo mismo.

Y, por esto, les advierte que «huyan» de títulos honoríficos, que no se hagan llamar maestro, padre o consejero. «Todos vosotros sois hermanos»; todos sois servidores; todos sois pequeños. Quien no es capaz de aceptar, de vivir según esta perspectiva no sirve para dirigente de la comunidad y, peor, no ha entendido el mensaje de Jesús. Sólo Dios es nuestro Maestro, nuestro Padre, nuestro Consejero. Cuando alguien en la comunidad ha de participar de algunas de estas funciones ha de ser consciente de que lo hace inmerecidamente, de que no puede (no debe) reivindicar ningún título por ello, de que sólo puede ejercerlo sirviendo.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Domingo XXX del tiempo ordinario - Mt 22,34-40


Oración del Shema
Jesús contestará con dos textos de las Escrituras a la pregunta sobre el mandamiento principal: uno del libro del Deuteronomio que recoge la oración del «Shema» que todo israelita recitaba dos veces al día, por la mañana y al anochecer, donde se recuerda el amor que se debe a Dios, un amor que implica toda la existencia. Pero, junto a esta cita, recoge otra del Levítico que exige el amor al prójimo. Y finaliza la respuesta con una afirmación curiosa: «Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas» En el lenguaje bíblico es lo mismo que declarar que lo que da sentido a la Escritura, a la Palabra de Dios es precisamente este doble mandato del amor a Dios y a todos los seres humanos.

Es un evangelio que hemos oído y leído muchas veces. Es una enseñanza que por repetida no siempre «cala» en nuestra existencia, somos «impermeables» a la Palabra de Dios, no entra dentro de nosotros. Pero la verdad es que la enseñanza de Jesús es clara. El Dios de Jesús es un Dios de misericordia, de amor entrañable, compasivo (nos lo recuerda el fragmento del Éxodo de la primera lectura), no soporta las injusticias y escucha siempre el clamor del oprimido. El amor a Dios y al prójimo debe traducirse en hechos concretos. Significa una apuesta por la voluntad de Dios, por el bien de los seres humanos, por la justicia, por los más débiles y necesitados. Si no la Palabra de Dios no pasará de unas ideas bonitas, pero sin fuerza para que las cosas cambien, según el plan amoroso de Dios.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Domingo XXIX del tiempo ordinario - Mt 22,15-21

El evangelio nos presenta a dos enemigos irreconciliables, fariseos y herodianos, unidos para desprestigiar a Jesús. Los «piadosos», los más religiosos, representados por los fariseos, se alían con los «colaboracionistas», con los de moral más relajada. Que alianzas más curiosas se producen cuando se quiere hundir a alguien que molesta, que incomoda. Por eso Jesús los llamará hipócritas.

De todas formas lo que más nos interesa es la respuesta de Jesús: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.» Se han escrito muchos comentarios e incluso libros sobre esta afirmación tan curiosa y original. El núcleo de la respuesta de Jesús, no obstante, está en la segunda parte «a Dios lo que es de Dios».

Nuestras vidas llevan grabadas la imagen de Dios, y nuestra existencia ha de ser una respuesta a esta realidad. Le debemos a Dios la existencia, el sentido de nuestra vida, el amor entrañable que derrama sobre todos y cada uno de nosotros cada día, el don precioso de la fe, la salvación otorgada en Jesús, el reconocernos y ser hijos e hijas de Dios y, por tanto, hermanos de toda la humanidad… «Dar a Dios lo que es de Dios» es entrar en una dinámica bien distinta de la actitud hipócrita, que no busca ni la verdad ni el bien; es unirse a la forma de ser de Jesús y a su mensaje que acoge a todos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Domingo XXVIII del tiempo ordinario - Mt 22,1-14


Jesús, en esta ocasión, compara el Reino de Dios con un banquete, haciéndose eco del festín mesiánico descrito en el primer Isaías (primera lectura). En el evangelio el banquete es una fiesta de bodas, del hijo del rey. «Todo está a punto»; todo está preparado, pero los convidados, los llamados no dan importancia a la convocatoria, no son capaces de percibir la «urgencia» de la invitación, se excusan del ofrecimiento. Y pierden la oportunidad de formar parte del Reino por su negligencia y su desidia, a pesar de que eran los «escogidos», los llamados.

La invitación, ahora, se ofrece a todos los que los «criados» (imagen de los profetas) encuentren por los caminos: marginados, publicanos, pecadores, prostitutas, etc. Ellos son los que participarán del banquete mesiánico, de la fiesta de bodas, del Reino de Dios.

El mensaje de la narración no puede pasar desapercibido. El pertenecer al Pueblo de Dios, a la comunidad creyente no es garantía de nada. Lo importante es la disponibilidad y la respuesta; el ser capaces de percibir la llamada de Dios y responder con la vida. Y, a veces, la respuesta a la llamada es respondida por quien menos pensamos, por quien rechazamos, por quien juzgamos indigno.