lunes, 31 de agosto de 2015

Domingo XXIII del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 7,31-37

En el evangelio de este domingo encontramos dos temas muy frecuentes en todo el evangelio de Marcos: el mandato de Jesús de guardar silencio, después de una acción extraordinaria y, por contraste, la proclamación insistente del hecho por parte de la persona beneficiada, no haciendo caso de la advertencia de Jesús.

El llamado «secreto mesiánico», que no es otra cosa que la insistencia de Jesús en no hacer publicidad de sus hechos prodigiosos, responde a la sospecha de que no sea bien entendido su mesianismo. El mensaje de Jesús no se puede confundir con una fe «milagrera». Sus milagros no son magia, no buscan impresionar a los presentes, no intentan demostrar nada; responden al poder de Dios puesto al servicio del ser humano necesitado. Lo nuclear es la imagen de un Dios misericordioso, solidario con el dolor humano. Por eso, Jesús se acerca a los enfermos y los atiende, los escucha, los cura; como lo hará con todos los pobres y marginados.

Pero quien ha sido acogido por Jesús; quien ha experimentado su fuerza sanadora; el que ha percibido que Dios le ama personalmente no puede callar, aunque se lo pida el mismo Jesús. La proclamación del don de Dios, experimentado en la propia vida, responde a un corazón agradecido. No podemos guardar silencio si Dios ha actuado en nuestras vidas. ¡Y lo ha hecho!

martes, 25 de agosto de 2015

Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo B - Mc 7,1-8.14-15.21-23

Después de unas cuantas semanas escuchando el capítulo 6 del evangelio de Juan, volvemos a Marcos, el evangelio principal del ciclo litúrgico B, en este año.

El evangelista nos presenta una controversia entre algunos fariseos y Jesús. En esta ocasión el tema es la impureza legal. Jesús contrapone esta impureza a la que proviene de un corazón impuro. No es la apariencia exterior, lo que haga ante los demás, lo que hace a un hombre o a una mujer justos, es su actitud interior.

El tema, que será un lugar común en prácticamente todos los profetas de la Biblia, es que no son los actos rituales los que nos hacen mejores. Un culto que no responde a una forma de vivir es algo vacío, fatuo.

El corazón, en la antropología bíblica, es el lugar de las decisiones, además del de los sentimientos. Estas decisiones han de nacer de un corazón puro, en el que no caben la injusticia, el fraude, el mal, el pecado…, afirmará Jesús. Y todo esto es más importante que unas practicas rituales, por muy buenas y muy santas que sean. La crítica profética no es un rechazo del culto, nada más lejos; es subordinar el culto –algo bueno y necesario– a la justicia y al bien.

martes, 18 de agosto de 2015

Domingo XXI del tiempo ordinario, ciclo B - Jn 6,60-69

Continuamos con el capítulo 6 del evangelio de Juan que inauguramos el último domingo de julio: multiplicación de los panes y de los peces, Jesús «pan de vida», Jesús eucaristía que se entrega por todos, etc.

Hoy el evangelista afirma que no todos entienden el mensaje de Jesús, incluso entre sus discípulos, entre sus seguidores: «muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él», lo encuentran duro, difícil. Esta es una circunstancia que se repetirá muchas veces, también en nuestros días. En cuantas ocasiones sentimos cierto complejo a la hora de manifestarnos como cristianos en nuestros ambientes de ocio, de amistad, de trabajo… No siempre estamos plenamente convencidos que la sociedad actual de la tecnología, de la ciencia, de la informática, de Internet, de la globalización, etc., de la que formamos parte sea compatible con nuestra fe, con asistir a la eucaristía dominical, con nuestras creencias religiosas. ¡No cuadra! Sentimos, o podemos sentir, cierto complejo: ¿no estaremos equivocados?; ¡todo el mundo piensa de otra manera!; ¿porqué yo he de ser distinto/a?

La respuesta de Simón Pedro es un reto a nuestras vidas: «Tú tienes palabras de vida eterna.» ¿Yo también creo que la Palabra de Jesús es vida eterna? ¿Estoy persuadido/a que sin Jesús mi vida, nuestra vida es un sinsentido?: «Señor, ¿a quién vamos a acudir?»

jueves, 13 de agosto de 2015

Domingo XX del tiempo ordinario, ciclo B - Jn 6,51-58

Continuamos 
–éste es ya el cuarto domingo– con el tema de Jesús «pan de vida». En el evangelio de hoy se subraya el aspecto eucarístico. Jesús se nos da como alimento y como bebida en cada Eucaristía. Invita a todos, a todas a participar de esta realidad: «el que come este pan vivirá para siempre.» Es el pan de vida, el pan de vida eterna, sin fin.

La Eucaristía nos permite pregustar lo que será la vida eterna, participar de ella, anticiparla en cierta manera. Y para ello, Jesús se valdrá de dos elementos cotidianos: el pan y el vino. El pan es la comida de todos, también de los pobres; es un alimento de todas las mesas. Es un alimento sencillo y cotidiano. Jesús se quiere identificar con él. Es un alimento para compartir, en el que se hace presente la entrega hasta la muerte de Jesús.

El vino es otro tipo de alimento, algo distinto del pan. Es, en toda la cultura mediterránea, la bebida festiva. En la mesa de los pobres sólo se bebía vino en las fiestas. La Eucaristía es también festividad, celebración. Jesús se ha querido valer de estas dos realidades para «hablarnos» de sacrificio, de amor, de donación, de fiesta, de vida, de eternidad. La vida cristiana es una invitación a vivir y compartir estas realidades en plenitud.

lunes, 10 de agosto de 2015

La Asunción de María - Lc 1,39-56

María, en el evangelio de la festividad de la Asunción, aparece como la primera evangelizadora, la que hace de su vida un servicio a los demás. Ella se «pone en camino», aprisa, con prontitud. Sabe que Isabel, su parienta, necesita ayuda, y no se lo piensa dos veces, se dirige hacia Jerusalén, un camino de varios kilómetros, para ponerse a su servicio. María es la mujer creyente por excelencia, pero sabe que la fe implica una respuesta generosa, una demostración de amor de donación. Y, por eso, es «bienaventurada».

María proclama con su vida y con sus palabras las grandezas de Dios; un Dios que es grande porque está al lado de su pueblo, al lado de los pobres y necesitados, porque es el siempre fiel.
          
Y esta actitud de servicio, de disponibilidad, de ayuda la sigue ejerciendo desde el cielo, al lado de Dios Padre. Sigue atenta a nuestras necesidades, preocupada y ocupada en ayudar a los que más lo necesitan. Esto es esencialmente lo que celebramos en la fiesta de hoy.

Al estilo de vida de María estamos invitados toda la cristiandad. Cuando tres cuartas partes de la humanidad están viviendo de una forma precaria, sin lo mínimo necesario; cuando a nuestro alrededor hay tantas personas necesitadas, a causa de la inmigración, del desarraigo social, de marginación, de la crisis económica; cuando hay tanta gente que necesita una palabra de consuelo, de amor...; y no reacciono, es que no he entendido la Buena Nueva de Jesús, como la vivió y la sigue viviendo María.

lunes, 3 de agosto de 2015

Domingo XIX del tiempo ordinario, ciclo B - Jn 6,41-51

Palabra de Dios y Eucaristía
Continúan los diálogos y discusiones con respecto a Jesús, después de la multiplicación de los panes y de los peces (evangelio de hace dos domingos); no comprenden –o no quieren comprender– que Jesús sea el «pan de vida» (domingo pasado).

Jesús aprovechará para ofrecerles –para ofrecernos– una catequesis alrededor de dos ideas centrales y complementarias: la Palabra y la Eucaristía.

La primera es sobre la Palabra. Invita a sus interlocutores a leer, a escuchar la Palabra de Dios. Y, por eso, recuerda lo que han dicho los profetas; invita a escuchar «lo que dice el Padre»; apremia a creer en la Palabra de Dios: «tiene vida eterna». El que «escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí», afirmará. Es escuchar y aprender; es escuchar y llevar la Palabra a la vida. La Palabra nos habla de Jesús, nos acerca a Jesús.

Y es que Jesús es el «pan vivo», segunda imagen de su catequesis. Jesús se ofrecerá en sacrificio de amor por todos los hombres y todas las mujeres. Y esa realidad de amor inconmensurable se actualiza en cada eucaristía. Es una realidad de amor y de vida: «el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» No podemos separar estas dos realidades, la Palabra y la Eucaristía: una nos lleva a la otra y viceversa. Ambas juntas –en nosotros y con nosotros– son capaces de cambiar la sociedad, el mundo, de cambiarnos.