martes, 29 de diciembre de 2015

Santa María, Madre de Dios - Lc 2,16-21

El evangelio que contemplamos hoy nos habla de admiración, seguida de proclamación, por parte de los pastores, los primeros testigos del nacimiento de Jesús, después de María y José. El misterio del nacimiento del Hijo de Dios, y al mismo tiempo hijo de María, se convierte en una acción de gracias y alabanza a Dios por parte de estos sencillos personajes. No han visto nada extraordinario, sólo a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Pero ellos han descubierto en este acontecimiento la acción maravillosa de Dios, que como siempre rompe muchos de nuestros esquemas: no tiene nada que ver con las grandezas de este mundo. Y se convierten en los primeros proclamadores del don de Dios para toda la Humanidad, un anuncio que maravilla a todos los dispuestos a aceptar que Dios se manifiesta en lo humilde y sencillo.

María guarda en lo más profundo de su corazón todas estas experiencias y las medita en la intimidad de la oración. Ella va haciendo, poco a poco, el peregrinar de la fe. Va descubriendo lentamente, y viviendo en su propia carne los planes de Dios. Unos planes que no siempre entiende, pero en los que ha comprometido su existencia.

sábado, 26 de diciembre de 2015

La Sagrada Familia: Jesús, María y José - Lc 2,41-52

Curiosamente la liturgia nos propone leer / escuchar, en la fiesta de la Sagrada Familia, el texto del evangelio de Lucas donde Jesús niño se pierde de sus padres. En la vida familiar, de todas las familias, «no tot son flors i violes» (se dice en catalán): todo no es de «color de rosa». Por esto, creo que este pasaje es significativo también hoy para muchas situaciones familiares actuales.

La escena se desarrolla principalmente alrededor del Templo de Jerusalén. Jesús allí después, seguramente, de la ceremonia de la mayoría de edad religiosa entre los judíos, el «Bar Mitzvah», desaparece de la vista de sus padres. La situación, sin lugar a dudas, es angustiosa para María y José. El narrador precisa que lo encontraron a los tres días; ¡que desesperación!, ¡que dolor durante este tiempo! A sus padres les debió parecer una eternidad. Y cuando lo encuentran, la respuesta enigmática de Jesús, que ellos no entienden («no comprendieron»), pero respetan. ¡Cuánto hemos de aprender en nuestras relaciones de familia los que somos padres! Las decisiones de nuestros hijos, a una cierta edad, no siempre las comprendemos. Tenemos la obligación de mostrarles el camino, de preguntarles, de aconsejarles, pero, al final, la decisión es suya.

Los hijos, por su parte, por nuestra parte (porque todos también somos hijos), respetando, honrando, escuchando a nuestros progenitores, como también comenta el evangelista que hizo Jesús con María y José. Y todo esto incluso cuando nuestros padres comienzan a perder, o ya han perdido, alguna de sus facultades físicas o mentales (primera lectura).

domingo, 20 de diciembre de 2015

La Natividad del Señor - Jn 1,1-18

El evangelio que nos propone la liturgia para la eucaristía del día de la Natividad es el prólogo del evangelio de Juan. Aunque este evangelista, a diferencia de Mateo y de Lucas, no narra propiamente el nacimiento de Jesús. Su relato lo inicia mucho más atrás, lo retrotrae al principio de la creación, al origen de todo lo creado. En ese instante original la Palabra está junto a Dios, más aún, «la Palabra es Dios». Y esa Palabra es Jesús. La Palabra de Dios –como subrayaba el sínodo de los obispos sobre la Palabra– tiene un rostro, y ese rostro es Jesucristo.

La Palabra ha venido al mundo, se ha hecho presente entre nosotros, es de los nuestros. Esto es lo que celebramos cada Navidad, lo que rememoramos en cada eucaristía, lo que constatamos cuando leemos, meditamos y oramos con la Biblia. Aunque el peligro siempre está presente: «el mundo no la conoció». El mundo no son los otros; también es posible esta afirmación entre los que nos llamamos sus discípulos: «los suyos no la recibieron».

No estamos ante una Navidad más. Tenemos la oportunidad única de cambiar nuestras vidas, de hacerlas más acordes con el mensaje de Jesús, con los valores del Reino. Cuantas cosas cambiarían a nuestro alrededor si nos tomásemos en serio la propuesta de Jesús. La Palabra de Dios «acampó entre nosotros»; que no pase desapercibida como aquel vecino o compañero que ni siquiera conozco por su nombre y/o no sé nada de él.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Domingo IV de Adviento, ciclo C - Lc 1,39-45

Iglesia de la Visitación
El personaje principal del evangelio de este domingo es María, la madre de Jesús. La escena transcurre entre dos mujeres, María e Isabel. Aunque no son los dos únicos personajes de la trama. Aparte de Zacarías, mencionado secundariamente como titular de la casa de Isabel, están los dos niños que llevan ambas en sus vientres y el Espíritu Santo. Es importante reconocer el papel de cada uno de estos personajes en la narración.

En la presentación de María llama la atención la cantidad de verbos, de acciones que el narrador utiliza para describir su papel en la escena: se puso en camino; fue aprisa; entró; saludó… Describen a una persona puesta al servicio de los demás; que no se arredra ante las dificultades; decidida; una persona para los demás. Quizás, por esta razón, el evangelista no duda en otorgarla la primera bienaventuranza de su evangelio: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.» Su fe inquebrantable, su fiarse de Dios, se traduce en servicio, desde la «escucha» atenta de las necesidades ajenas. Por eso Dios la ha elegido como madre de su Hijo.

 Isabel, su parienta, también es testigo de la acción de Dios. Es receptora de la ayuda de María. Pero, sobre todo, sabe «leer» en los acontecimientos cotidianos la acción poderosa y amorosa de Dios. Su hijo, que después será conocido como Juan el Bautista, «saltó de alegría» en su vientre. El Dios de Jesús es el Dios de la alegría, del gozo. Será el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, quien hará posible toda la grandeza de esta escena. Es un hacer silencioso, pero eficaz, sobre todo para las personas abiertas a Él.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Domingo III de Adviento, ciclo C - Lc 3,10-18

Río Jordán, lugar del ministerio del Bautista
La pregunta que la gente hace a Juan Bautista, en el evangelio de hoy, es la pregunta existencial, es el interrogante de entonces y de ahora, formulado de diferentes maneras: «¿Entonces, qué hacemos?»

Las respuestas del Bautista no se parecen a las «recetas» de los «gurús» actuales, excesivamente centradas en el individuo. Son indicaciones aparentemente sencillas, pero que en el fondo responden a un estilo de vida, suponen un cambio de criterios.

Hay una interpelación  que va dirigida a todos, sin excepción, es la de compartir: reparte con el otro, comparte, tú que tienes, «con el que no tiene». No puedes vivir tranquilo si tú posees, pero hay tantos seres humanos a tu alrededor sin ropa, sin que llevarse a la boca, sin posibilidad de vivir con dignidad…

La llamada a cambiar de vida, a prepararse a recibir a Jesús, no conoce fronteras de ningún tipo; está dirigida a todos sin excepción; es incluyente. En la escena evangélica están representados los recaudadores de impuestos, los militares, la gente en general, el pueblo. La «Buena Noticia» de salvación que traerá el Mesías es para todos.

Pero, en nuestra vida de cristianos y cristianas acomodados nos seguimos preguntado: «¿Entonces, qué hacemos?», mientras esperamos la venida de Jesús.

lunes, 7 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción - Lc 1,26-38

Nazaret, lugar de la Anunciación
La liturgia nos propone en la fiesta de la «Inmaculada Concepción de María» el evangelio de la Anunciación. Todos los «títulos» marianos tienen su fundamento en que María es la madre de Jesús, la madre del Hijo de Dios. Por esto, la narración, por cierto, bellísima, del anuncio del ángel a María de su maternidad es idónea para cualquier festividad vinculada a María, la madre de Jesús.

María participa de las esperanzas del pueblo de Israel, de la gente sencilla, que aguarda la venida del Mesías. Lo que no sabía hasta entonces es que ella iba a ser protagonista necesaria de esta acción de Dios con su pueblo y con toda la Humanidad.

El enviado divino la saluda con un saludo habitual de la época: «alégrate». Pero en estas circunstancias este saludo está también cargado de contenido. María participa del gozo de los sencillos, que saben esperar e intuir la salvación de Dios.

Ella es capaz de entender y responder al llamamiento al gozo mesiánico, en cuya realización jugará un papel principal. Es la esperanza de la que se hacen eco los profetas del Antiguo Testamento y que está presente en los sencillos del pueblo de Israel, y en los humildes de todo el mundo y de todos los tiempos. Es la espera de Adviento: ¡Ven Señor!