Jesús siente compasión de una mujer viuda que acaba de perder a su único hijo. La escena, que el evangelista sitúa en la aldea de Naín, está cargada de emotividad y de amor entrañable.
Las viudas era uno de los colectivos más frágiles en la sociedad mediterránea del siglo I. Al no tener esposo que las mantuviese y, en este caso, al quedarse sin hijos que la ayudasen, eran condenadas a la mendicidad o a la prostitución. Así que junto a la desgracia de la muerte de los seres queridos se añadía la tragedia de una vida sin futuro.
Jesús no es ajeno al sufrimiento humano, a la injusticias sociales que condenan a seres inocentes a situaciones dramáticas, trágicas. Y utiliza el poder de Dios para ponerse del lado de los más necesitados, de los marginados.
El discipulado de Jesús ─nosotros y nosotras─ no podemos pasar de largo ante las situaciones de injusticia de nuestro alrededor, situaciones agravadas en estos tiempos de crisis. El ejemplo de Jesús nos interpela.
lunes, 30 de mayo de 2016
lunes, 23 de mayo de 2016
El Cuerpo y la Sangre de Cristo - Lc 9,11b-17
En el evangelio de este domingo Jesús quiere
implicar a los discípulos en el «milagro» de la multiplicación de los panes y
de los peces. La acción de Dios se realiza a través de individuos concretos.
Hay un grupo importante de personas que siguen a
Jesús: están hambrientos de la Palabra de Dios que sale de su boca. Están tan
entusiasmadas por las palabras y las acciones de Jesús que hasta se olvidan de
comer. Algunos de entre los más íntimos, los Doce, se percatan que no tienen
comida para tanta gente; se mueven aún según una perspectiva muy limitada: no
tenemos suficiente, hace falta mucho dinero, son demasiados...
Jesús les muestra otro camino, el del servicio,
confiando plenamente en los planes de Dios, en la Palabra de Jesús: «Dadles
vosotros de comer»; [...] los partió (los panes) y se los dio a los discípulos
para que se los sirvieran a la gente. La forma de actuar de Jesús con
frecuencia desconcierta; pero hemos de fiarnos (tener fe), y se produce el
milagro, con abundancia (sobraron doce cestos).
La narración nos evoca, sin muchos esfuerzos, la
Eucaristía, donde Jesús se entrega no a unos cuantos si no a todos como el
auténtico alimento que sacia el corazón humano. Palabra de Dios y Eucaristía
aparecen íntimamente unidas.
martes, 17 de mayo de 2016
Domingo de la Santísima Trinidad - Jn 16,12-15
Vivimos en un mundo de apariencias, de verdades a
medias, de mentiras consentidas y asumidas. Aunque, gracias a Dios, esta
situación no agota la realidad que nos rodea. Es posible otra forma de encarar
la existencia. El evangelio de la fiesta de hoy, de la Santísima Trinidad, nos
habla de ello: el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.
Sí es posible vivir la verdad en plenitud; el Espíritu Santo, Espíritu de la
verdad, nos guía, nos muestra el camino que ya comenzó Jesús. El Padre se une a
esta sinfonía de la verdad plena del Hijo y del Espíritu y nos comunica, nos
anuncia el camino verdadero, el auténtico.
El ser humano tiene vocación de infinito, de
trascendencia, de Dios. Hoy celebramos que es posible saciar esta sed. Estamos
llamados a ser portavoces de la respuesta a esta esperanza para todas las
mujeres y todos los hombres. Sólo en Dios es posible que la persona humana
encuentre respuesta a sus interrogantes existenciales. Sólo Dios sacia la sed
humana de Verdad con mayúscula. Sólo el Espíritu de la Verdad puede mostrar a
cada individuo el camino para que la vida tenga sentido pleno. La existencia
humana no es exclusivamente lo tangible, la monotonía de cada día, es infinito,
es felicidad sin límites, es eternidad que ya se puede empezar ahora a
degustar.
martes, 10 de mayo de 2016
Domingo de Pentecostés - Jn 20,19-23
El
evangelio de este domingo nos recuerda que Jesús nos envía, de la misma forma
que el Padre le envió a Él. Y ¿a qué nos envía? El nos encarga continuar su
obra, y para ello nos manda el Espíritu Santo. Él es el que hará posible que
nosotros podamos proseguir la renovación que comenzó Jesús.
Es
curiosa la escena inicial de la narración: los discípulos están con miedo, con
las puertas cerradas, y es de noche. Tres datos concisos, pero precisos:
desconfían y están temerosos de todo; viven cerrados a todo lo exterior; les
falta «luz» para caminar, no ven nada con claridad. Difícilmente con estas
actitudes se puede continuar la obra de Jesús. ¡Cuantos de nosotros nos
sentimos «retratados» en esta escena!
Pero Jesús les trae la paz, el sosiego interior, la
alegría que ellos necesitan. El miedo, la desconfianza, la cerrazón, la
oscuridad interior imposibilitan tener paz. Jesús les devuelve la confianza, y
les encarga ser transmisores de la Buena Noticia del Reino. Son portadores del
Evangelio del perdón, de la Buena Nueva del amor que han de extender por todas
partes. Ahora cuentan con el Espíritu Santo. Ya no hay razón para tener miedo,
ya no hay motivo para posponer el encargo. El trabajo por hacer es ingente:
¡manos a la obra!
martes, 3 de mayo de 2016
La Ascensión del Señor - Lc 24,46-53
Jesús
ha resucitado, asciende al cielo, pero la historia de la Buena Noticia que ha
traído para todos los seres humanos sólo ha hecho que empezar.
En
su nombre Él envía a todos sus discípulos y discípulas a predicar de palabra,
pero sobre todo con el testimonio de su vida que las cosas y las personas
pueden cambiar (conversión), que no nos podemos quedar en una crítica negativa
y derrotista de la realidad que nos envuelve, que nos hemos de empeñar con
todas las fuerzas en hacer posible este cambio. Y, también, que Dios ofrece
gratuitamente su perdón a todos los hombres y a todas las mujeres, que siempre
hay otra oportunidad, porque lo que define a Dios es el amor.
Él
se queda con nosotros, no nos deja solos. Promete –y siempre cumple sus
promesas– que seremos revestidos de la fuerza de lo alto; es decir, que
Dios estará a nuestro lado, de nuestra parte, y nos proporcionará la fuerza que
necesitamos para esta inmensa tarea.
El
grupo de discípulos recibe su impulso de la oración: Ellos se postraron ante
él. Es la fuerza que nace de una oración confiada. Y, por ello, se vuelven con
gran alegría. Algo que define al seguidor y a la seguidora de Jesús es la
alegría, la gran alegría, que no desfallece ante las dificultades o dramas de
la vida.
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