A nadie le viene de nuevo
esto; lo hemos oído tantas veces: cada Cuaresma lo mismo...
Jesús introduce una novedad
en estas prácticas ancestrales: no hacerlas para que nos vean los demás. No sé
si hoy «vende» el que nos vean dar una limosna, hacer oración o penitencia.
Pero lo que sí estoy seguro es que en casi todas las cosas que hacemos buscamos
la aprobación de los demás, la palmadita en el hombro, el reconocimiento
social... Jesús dirá de esta forma de actuar: Os aseguro que ya han recibido
su paga.
Él nos invita a otro estilo
de hacer: una preocupación exquisita por las necesidades del prójimo, es decir,
del próximo, porque es mi hermano o mi hermana, hijos del mismo Padre; una
penitencia para «ponerme en la piel» de tantos que hacen «penitencia» forzosa
cada día; y un diálogo frecuente con Dios que ha de ser necesidad vital de mi
existencia: tengo necesidad de salir de mi banalidad, que mi vida transcienda.
Esto no tiene nada que ver con buscar el aplauso de los otros.