martes, 3 de abril de 2018

Domingo II de Pascua - Jn 20,19-31


La experiencia de la resurrección, que nos narra hoy el evangelio de Juan, acontece el primer día de la semana, es decir, el domingo. Éste día, el de la resurrección de Jesús, será a partir de entonces el que sustituirá el sábado judío. En aquella celebración se conmemoraba tanto el final de la creación, de la que el ser humano es el culmen, como la experiencia liberadora del Éxodo para el pueblo de Israel. Ahora celebramos la nueva creación que la resurrección de Cristo ha inaugurado; la liberación universal de toda la humanidad del mal, de la injusticia, de cualquier tipo de esclavitud; el nacimiento del nuevo Pueblo de Dios.

Es una experiencia de paz, de felicidad, de perdón, de amor, de Espíritu Santo, de fe. Todos estos elementos están presentes en el texto que meditamos. Cada uno de nosotros y de nosotras estamos invitados, tanto personal como comunitariamente, a experimentar esta realidad. Lo realmente importante no es tanto la «experiencia física» de la resurrección: «Dichosos los que crean sin haber visto» Lo definitivo es el encuentro con Cristo resucitado. Un encuentro que transforma nuestras vidas, nos hace vivir más felices, nos posibilita amar, nos invita al perdón… ¿Es posible este cambio en mi vida, en mi familia, en mi comunidad?

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